jueves, enero 12, 2006

 

DIARIO DE UN PALEONTÓLOGO (III)

Por primera vez en dos meses he visto una nube el cielo. Se respira una atmósfera peculiar y apacible. Huele a mar porque el viento sopla del Noreste y es bueno recordar que tenemos, entre tanto polvo, el mar Rojo a nuestras espaldas.

El último hallazgo es igual de sorprendente. Hemos encontrado los restos de un homínido cabalgando a lomos de un triceratops. Otro desajuste que no hay forma de encajar en la cronología de la evolución. Este yacimiento parece burlarse de nosotros porque parece no seguir lógica alguna. Estamos desconcertados y eso hace mella en la moral de los hombres. George está desquiciado. Esta tarde, durante el descanso, ha cogido el fémur de un mastodonte del pleistoceno de 30 mil años de antigüedad, y se ha puesto a jugar a críquet: primero utilizando conglomerado de la montaña de escombros, luego con la cabeza del reverendo O’brien.

Pero hoy ha sido diferente y no sé porqué. Por primera vez entendí que no tenía que jugar a ser nadie. Y del vacío que provoca no tener un papel de reparto, pasé a la sensación de plenitud del sol de la mañana, del cielo añil acogido por la luz en el pecho…Y recordé las palabras de Rob, el frutero del Lime-Flower Road, “Rich, te sorprendería la cantidad de energía que hay en un rayo de luz”. Y por un momento olvidé la historia amarga del veterano de guerra, y decidí, aquel día, que sólo podía escribir historias bonitas. Porque bonitas es un adjetivo en desuso y, créeme, no se lo merece.

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