lunes, agosto 03, 2009

 

El banderillero del Eixample


Por Carlos Cubero


Zatoichi, mientras sorbía un bol de sopa humeante, le preguntó a la Señorita Oube quién era ese chico que andaba correteando por la finca a grito pelado. Ella respondió que era el hijo de la familia Goei, un chico retrasado que soñaba con ser un samurai y se pasaba el día corriendo por el barrio lanza en mano. Era un niño grande, obeso, gritón y pelmazo; un incordio, y el masajista ciego se deshizo de él lanzando de espaldas uno de los leños que cortaba en el patio trasero de la casa.

El banderillero del Eixample fue, a diferencia del personaje de la película "Zatoichi", el terror de las calles de la Barcelona de los años 90. Ambos compartían un retraso moderado, pero a diferencia del personaje de la película de Takeshi Kitano, Jorge Javier no tenía reparos en seguir escrupulosamente el contenido de sus delirios.

La mañana del 3 de Mayo de 1993, la Sra. Puig pedía 2 kilos de tomates en rama, una ristra de ajos y un manojo de espárragos trigueros en la parada de frutas y verduras. Recibió entonces el envite de un sujeto que parecía corretear mientras tarareaba un pasodoble - !Ay! Escolta, no empenyis!- Exclamó, y como si nada hubiera sucedido siguió con sus quehaceres.

Acabó en la parada de frutas y verduras y finalizó su periplo en la carnicería. Mientras calibraba la cantidad de costilla que necesitaba para un arroz en familia, fue interrumpida por uno de los clientes que hacía cola.

- Señora, lleva usted dos banderillas clavadas en la espalda.
Y la Sra. Puig se desmayó.

Durante las dos semanas siguientes reinó el pánico en la zona. Hubo una creciente demanda de los servicios a domicilio y los compradores que osaban personarse en el mercado lo hacían con notorio recelo. Podía verse como las señoras - presas de una súbita paranoia - se giraban de forma compulsiva ante cualquier ruido o chasquido.

Para alivio de todos, Jorge Javier fue detenido a finales de mayo de ese mismo año cuando salía de unos de los portales de la calle del Bruc presto, al parecer, a hacer del Mercat de la Concepció su particular ruedo. No ofreció resistencia y fue puesto a disposición judicial.
El juez, después de escuchar su declaración y de leer detenidamente los informes psiquiátricos, concluyó que Jorge Javier era tonto. Lo declaró inimputable y aplicó las pertinentes medidas de seguridad.

Jorge Javier será dado de alta dentro de dos semanas. Al retraso moderado se le añadió el diagnóstico de esquizofrenia paranoide a las pocas semanas de ser ingresado. Es, como ya sabrán, una enfermedad crónica sin cura conocida, pero sus delirios han remitido gracias a la medicación y una esmerada psicoterapia a cargo del Dr. Dukakis. No han encontrado por eso motivos suficientes como para seguir privándole de libertad. Aún así, como advierte el Dr. Cabeza "con pacientes psicóticos nunca pueden descartarse posibles recaídas. Su conducta puede considerarse normal merced a una extricta medicación a base de antipsicóticos y tila."

Este artículo es pues una advertencia. Si veis a un personaje espigado dando vueltas sobre sí mismo, con las manos levantadas y con la mirada fija a un epicentro imaginario, que sepáis que no es una mantis religiosa: es Jorge Javier, el banderillero del Eixample, y ha vuelto a hacer de las suyas.


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Se dice que en el ámbito judicial las víctimas han sido tradicionalmente las grandes olvidadas. Mientras todos los esfuerzos se centran en clarificar los hechos, en depurar responsabilidades y en aplicar las penas pertinentes, la víctima permanece pasiva y olvidada como un arbusto en tierra de nadie.

La Sra. Puig sobrevivió a aquel ataque inesperado. No le quedaron más que una cicatriz ovalada en sendos omóplatos y, después de años de terapia, ha decidido perdonar a su agresor. Cierto es que aún conserva un dolor difuso en los días de lluvia, pero la Sra. Puig es una mujer resuelta y optimista y entre risas dijo que podría haber sido peor: "No habría habido cirugía que hubiera correjido una estocada" - sonríe- "Me alegra saber que a Jorge Javier le diera por ser banderillero y no matador."

Su terapeuta consideró adecuado cerrar este doloroso episodio de la vida de la Sra. Puig y, como ya hizo Juan Pablo II predicando con el ejemplo, acordaron un encuentro entre agresor y víctima.
A sus 70 años, la Sra Puig, radiante y resuelta, se personó al sanatorio haciendo gala de una entereza sólo propia de las mujeres que han sobrevivido a la posguerra. Los agentes de seguridad, sin embargo, aún no se explican como la Sra. Puig pudo introducir dos agujas de hacer media en uno de los más estrictos psiquiátricos de la Ciudad Condal.




Comments:
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Visualizo a la Sra.Puig con las dos agujas de media queriendio dar su estocada y...joder que miedo!espero que no ande suelta.
Besitos.
Irene
 
A la merde, corajuda la Sra Puig.....llevar agujas escondidas.....da miedito.

Besotes
 
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