domingo, marzo 15, 2009

 

Sesgos


Por Carlos Cubero




Hay que luchar contra los sesgos que inundan nuestra cabeza. Si quiere uno aspirar a la virtud debe contrarrestar las distorsiones espontáneas que brotan de la naturaleza humana.
La homogeneidad que vemos en colectivos ajenos al nuestro es ficticia; así como la homogeneidad que el resto de colectivos cree observar en el nuestro. En el intragrupo somos todos diferentes (además de colegas) y en el exogrupo son todos iguales (además de pestilentes). Mentira.

A ellos, aunque pueda parecer imposible, les sucede lo mismo. A los occidentales - según tengo entendido - se nos ve como muertos vivientes por pueblos como el coreano. Mientras se regalan naranjas como muestra de amor, ven en nosotros rasgos comunes tales como los ojos hundidos, párpados existentes y frentes alargadas. Por otro lado, para Rashid, un imbécil pakistaní con rasgos psicopáticos con el que tuve la desdicha de compartir trabajo en Inglaterra, todas las blancas son unas guarrindongas sólo útiles para chupar. Todo mentira.

Con lo dicho, no puedo sacar conclusiones. A pesar de su flagrante falta de educación, de escrúpulos, a pesar de las gárgaras con las que me obsequió, con aquel ir y venir de fluidos nasales en frente de mi cara, separados tan sólo por 30 centímetros de barra fría, de aluminio rallado, en ese espacio impersonal, desangelado, de madera tizón y ligera, de motivos baratos, no puedo sacar conclusiones ni extrapolar dicha conducta a los mil cuatrocientos millones chinos que pueblan este planeta. Y tengo ganas. Dios sabe que quiero exponer que los chinos - al igual que aquella camarera - son groseros, poco higiénicos y que dan dolor de cabeza por oler a glutamato sódico. Quiero vengarme por las arcadas que apresaron mi rostro en la salida del restaurante. Anduve doblado con estertores desde la salida del local cruzando la isleta de hierba - a veces fresca, a veces calva - de la Avenida del C. del Roble hasta llegar a casa, y la crítica circunscrita al individuo no era suficiente cuando un gargajo oriental se interpone entre una cerveza y el centro del placer cerebral.

Me apresuré en alcanzar el lavabo y, una vez templado, apoyé mis manos en la pica. Mi mujer apareció preocupada y, sin mediar palabra, posó su mano en mi hombro en busca de explicaciones. Ya sereno me miré en el espejo y recordé como aquella misma camarera, dos días antes, me había explicado las tribulaciones de una infancia agridulce en Ho Chi Minh.



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N. del A.: Poseemos receptores específicos en la lengua para el glutamato sódico. Junto al dulce, salado, amargo y ácido, el glutamato es el quinto sabor. Es una sustancia presente en la comida asiática y asociada a dolores de cabeza.

N. del A.: Esto que puede parecer una obviedad, es una variable clave en las ruedas de conocimiento. Poseemos una dificultad manifiesta para diferenciar entre personas de una raza diferente a la nuestra. Frases como "todos los moros son iguales" tienen, en parte, su origen en una incapacidad perceptiva.

N. del A. : Ho Chi Minh es la ciudad más poblada de Vietnam.



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