domingo, agosto 19, 2007

 

La Dama de la curva

Por Carlos Cubero


Algún día tenía que suceder. Si recorres la carretera de Terrassa a Castellar a diario estás tentando a la suerte. Puedes ser precavido y te será útil para esquivar a un jabalí despistado, para que una lechuza no se estampe contra tu parabrisas, o para que un gatito abandonado no acabé entre los ejes de tu coche. Pero era cuestión de probabilidad que la dama de la curva se me apareciera tarde o temprano.

La primera impresión que me dio al encender las largas es que era una mujer de mala vida que andaba en busca de clientela a altas horas de la madrugada. Luego, en segundos, como en un proceso mental automático, racionalicé mi primera impresión. Caí en la cuenta de que esa carretera no era precisamente un recorrido adecuado para camiones de alto tonelaje y descarté la idea de que fuera una furcia. Me hizo, al parecer, un ademán con la mano, como haciendo dedo, y detuve el coche en la linde de la carretera. Abrió la puerta y de un chirrido extrañamente intenso se cerró de golpe. Entró en el coche y le pregunté - con sorna - si había cerrado, pero ella parecía no poder despegar los ojos de la carretera. Reanudé la marcha.

Para describirla no me andaré con rodeos: era Cindy Lauper. Su atuendo era decimonónico, sus pelos revueltos y su mirada la de un posesa. Extrañado le pregunté si iba a Castellar - que ese era mi destino - y que era una auténtica faena quedarse tirada en esa carretera. No sé muy bien porqué pero en algunos tramos no hay cobertura y siempre he temido quedarme tirado con el coche. Ella siguió ensimismada y me respondió que tuviera cuidado con esa curva. Desde luego le agradecí ser una copiloto tan participativa y le dije que no se preocupara ni por esa curva ni por la siguiente, que ya había interiorizado esa regla de oro de frenar en la entrada e ir acelerando progresivamente para que el coche se agarrase como una tenia a un intestino delgado. Repitió que tuviera cuidado con esa curva y yo añadí "a-ras" como queriendo buscar complicidad en una broma pueril pero efectiva. Yo creí que el vídeo de Luis Moya y Carlos Sainz perdiendo el mundial de Rallies pertenecía ya a la cultura televisiva de este país, pero no soltó ni media sonrisa y dijo, de nuevo, que tuviera cuidado con esa curva.

A mi se me hincharon las pelotas porque no soporto a las mujeres monotema. Es algo que me supera porque mi mente genera una presión insufrible cuando un silencio tenso se avecina. Y le dije al final el porqué de su existencia. Le dije que con esas pintas no podría más que entrar en garitos marginales de Barcelona. Que cierto es que los tíos solemos follarnos a todo bicho andante pero que era un pecado que no oliera a nada. Le hable de la importancia ancestral del sentido del olfato, que cierto era que el ser humano lo había relegado a la categoría de sentido primitivo y secundario, pero que la anosmia te jode el gusto de los platos y provoca que muchas ancianas hayan muerto asfixiadas o incineradas por un inoportuno escape de gas. Quise remarcarle que los olores y las feromonas siguen jugando un papel primordial en la conducta copulatoria de los humanos y que, si bien es cierto que podemos vivir con una nariz relegada a un apéndice cartilaginoso y decorativo, el mundo es más gris, insípido y superfluo cuando pierde uno la funcionalidad de la corteza olfatoria.

Le sugerí que utilizara un perfume juvenil y fresco como "Mio amicci" o algo más elegante o pretencioso como Channel nº 5. Incluso mejor que su inexpresividad olfativa, podría optar por un perfume barato, que quizás sería desagradable y dejará un estela abominable no apta para relaciones extraconyugales, pero que era preferible ser considerada una guarrilla de mal gusto a pasar sin pena ni gloria en una primera cita. Le dije, a su vez, que Nenuco no era una opción. Si quería una colonia de baño podría utilizar otra pero nunca Nenuco porque a los tíos, cuando olemos esa orina de limón, nos dan ganas de jugar a canicas y comprarnos una peonza, pero no de follar. Añadí, para dar más fuerza a mi disertación, que una deflagración de perfume intenso de mujer podría provocar en los tíos el impulso de vender a sus respectivas madres por tocarle una teta, porque las moléculas olfativas son estímulos subumbral que encauzan nuestra conducta sin ni tan siquiera ser conscientes de ello.

A todo esto me respondió que tuviera cuidado con la próxima curva y exploté. Le puse los puntos sobre las íes de una vez por todas. Le dije - alzando la voz - que estaba cansado de que mujeres y homosexuales monopolizaran el mundo de la sensibilidad. Que a mi me encantaría revolcarme con ella en el primer arbusto que se avecinara y que, no por eso, iba a pasar por alto su dejadez infinita ¿No queríais hombres sensibles? ¿Sensibles, maduros y responsables? Pues olvídate de la estética de los ochenta. Hemos llegado con la cara pintada de azul espada en mano (nótese la connotación fálica) y gritando a los cuatro vientos que sabemos apreciar una manicura francesa. Y le dije que sí, que sentía una atracción especial por las mujeres de piel blanquita, que no estaba siendo un oportunista y que siempre me habían gustado las pieles cuidadas y libres de aceite bronceador. Sin despreciar a monadas como Lidia Bosch, los tíos sabemos que el sol acartona la piel y promueve la arruga, y que hay mujeres que tienen una incomprensible obsesión por el bronceado transestacional. Añadí que los tíos éramos conscientes de la involución cutánea de la mujer afgana del National Geografic pero que no, que no era su caso, que ella se parecía a Cindy Lauper porque su piel había estado libre de esa manía insalubre de ir a hacer UVA cada viernes.

Al llegar a la gasolinera de la entrada del pueblo, harto de tanta desgana y viendo una avenida recta, sin curvas, bien peraltada y libre de cambios de rasante, repitió que tuviera cuidado con la curva, y me contuve. Me mordí la lengua y le rogué que se bajará del coche. Le dije que se fuera a cantar "Girls wanna have fun" por las calles de Castellar, que yo ya había tenido suficiente.

Le di mi teléfono y le rogué que sólo lo utilizara en el caso de que depusiera su actitud retrógrada y desfasada. Y salió sin despegar los ojos de la carretera, cerrando de nuevo de un portazo y sin dirigirme tan siquiera una mirada. Partió silenciosa, con un paso ingrávido de pies difuminados, perdiéndose por la negrura de las callejuelas que van a desembocar a nuestra querida iglesia neogótica.




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A veces, cuando hablas con la gente parece que no escuche. A veces, procuras dar buenos consejos para que hombres y mujeres puedan encauzar sus vidas y dar con el camino de la luz, y parece que no te escuchen.

Fue de hecho una sorpresa que Cindy me llamara hace dos días. No os podéis llegar a imaginar como ha cambiado desde que nos conocimos. Me explicó que al parecer aquella noche, en su paseo forzado por las calles de mi pueblo, se encontró con unos muchachos muy majos haciendo una Gincama. Inicialmente jugaron a pilla- pilla y a los Goonies, pero al ver que ella - mujer de naturaleza pasiva - sólo podía hacer de banda sonora, acabaron utilizándola como piñata. Días después, como el que escala peldaños en una empresa, le ofrecieron un empleo estable como monitora del Esplai. Dice no cobrar mucho, pero goza al ver a los críos gráciles y vitales correteando - los muy traviesos - por los campos de Ca'n Casamada y demás espacios lúdicos.

Hoy por hoy, se nutre de la vitalidad de los más pequeños y se alegra profundamente de su transición al mundo de los vivos. Estaba harta de mover jarrones, susurrar a niños extraviados y levitar ante los jovenzuelos que osaban hacer Oui-Ja en los límetes del Hospital Tórax de Terrassa.

Hemos quedado este fin de semana. El incremento en la variedad temática de sus conversaciones ha sido espectacular y me ha jurado haber cambiado el traje de comunión por unos piratillas y una camiseta escotada. Cierto es que tuvimos nuestras diferencias en nuestro primer encuentro (en aquel mágico km. 23 de la C-1514a) pero agua pasada no mueve molino y estoy ansioso por volver a encontrarme con ella.

Nunca he sido una persona que se enamore a primera vista y eso, en estos casos, le da a uno la mejor de las perspectivas.


jueves, agosto 02, 2007

 

Un día con Montserrat


Por Carlos Cubero



La paciente de al lado se muere. Yo estoy cubierto de atenciones y mi madre - una mujer llena de humanidad - le pregunta a diario si necesita algo. Lo dice de todo corazón porque, a día de hoy, es mi compañera de habitación y porque está visiblemente sola, triste y desatendida por sus familiares. Su respiración es tosca, dificultosa, obturada y yo no puedo dormir hasta que me inyectan un sedante. Los largos pitidos que emite su traquea (o alvéolos, o laringe, o todo a la vez, qué sé yo) van a volverme loco. Es como una cafetera impaciente a fuego vivo, como un escape de gas en una cocina a punto de estallar. Yo no emito ruidos extraños porque sólo ronco cuando bebo y aquí el ron no está permitido: sólo hay bolsas de salinos, de antibióticos de amplio espectro, de bolsas IGV, complejos vitamínicos y demás mierdas que le permiten a uno comer y sanar sin mover un dedo.

Yo estoy lleno de atenciones porque, a pesar de ser un hombre complicado y algo déspota, he podido conservar a personas que realmente me quieren. A Montserrat, en cambio, nadie va a verla, y si tuviera que emitir un juicio salvaje sobre su situación (algo que me gusta hacer) debería concluir que no merece morir sola. Es sólo que ha sido un devota esposa, algo aburrida y con un pésimo sentido del humor. Ha malcriado a sus hijos siendo una madre blandengue y torpe, transigente hasta la médula. Sus hijos acabaron creyendo que eran mucho mejores que sus padres y que además sus deficiencias como adultos, para postre, eran plena responsabilidad de sus criadores. Siempre la escudella a punto en la mesa; día tras día, noche tras noche, para acabar en la comodidad de ser una madre ninguneada por sus vástagos y por su marido.

Mirad. Yo tengo la mala costumbre de reírme cuando no debo porque mi sentido del humor - el muy villano - busca salidas imposibles ante las situaciones más bochornosas, crudas y dantescas. A mi la señora Montserrat me hace gracia porque tiene los pelos teñidos como una loca. Me río desde el respeto más absoluto a su persona - de verdad - pero es que lleva los pelos rizados y anaranjados y, si os soy sincero, sus pitidos y el timbre de su voz son difíciles de diferenciar. Aún no la han intubado, pero como no saque eso de sus pulmones (sea lo que sea, es grande, viscoso y nos inundaría a los dos) van a tener que hacerlo en breve.

No parece estar presta a una conversación distendida asi que me he imaginado a mí mismo dándole palabras de aliento y ella me ha replicado con la frase: ¡Qué coño voy a recuperarme! ¡Tengo metástasis hasta en las bragas! Y luego he rezado un Padre Nuestro, porque reírme de mis semejantes, sobre todo en momentos tan delicados como el presente, es tentar a la suerte. Pero luego he pensado ¡qué cojones! Si Su comprensión es infinita comprenderá que mi situación estimular es lamentable y tengo que sacar punta a cualquier situación que caiga en mis manos. Si estuviera en una situación normal me dedicaría a charlar con mis amigos y a drenar todas las barbaridades que pasan por mi mente. Pero me he visto encerrado en una habitación con una mujer de setenta años que está a punto de diñarla. Yo no quería esto y necesito reírme. Dios conoce la risoterapia y sabe que nos beneficia a todos, por eso me perdonará por imaginarme a la Sra. Montserrat bailando en tanga y lamiendo una barra americana, o poseída por un ser del inframundo reptando por el techo. Tampoco creo que me tenga en cuenta si por casualidad imagino al doctor acercándose a su cama e informándole de que le quedan 3 días de vida ¿Causa? Una permanente mortal.

Hay que depurar responsabilidades. Yo no le pedí a Dios ser una persona de mente acelerada, inquieta o creativa (o integradora, da igual, por favor, no empecemos). A mi nadie me pidió opinión a la hora de trazar mi mapa sináptico porque, si lo hubieran hecho, os aseguro que no habría escogido la habilidad de visualizar a la Sra. Montserrat pidiendo papel de water en un piso de 40 metros cuadrados y unos hijos despanzurrados en el sofá replicándole natejat el cul amb el dit para luego dar un portazo.

Alguien podrá argumentar y juzgarme con un simple "libre albedrío, hijo mío", ¡pero no puedo no reírme! ¿No te das cuenta Señor que mi mente funciona digan lo que le digan? Yo procuro contenerla y la señora Montserrat está bailando claqué, dando vueltas como Ginger Rogers, hasta que se pisa la falda y se queda delante de la audiencia en faja (de esas con una florecita), para luego ponerle gafas de culo de vaso y ver como salta de vagón en vagón cantando "I've seen it all" como Björk en "Bailando en la oscuridad", con la única diferencia de que Montserrat canta con un marcado acento catalán, y con la diferencia de que Montserrat da un ligero traspiés para acabar el musical arrollada por toneladas de acero en movimiento.

Y es que Lars von Trier, ya lo dijo Björk, tiene una mala sombra...


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Al caer la noche, las luces del hospital se han apagado y ha reinado el silencio en los pasillos de la tercera planta. Huele a hospital - sigue oliendo a hospital - y no tengo ganas de cribar ese olor a muerte, desgracia y emociones intensas. Bueno va, sí: huele a higiene esmerada, a lejía, a vísceras, a escorbuto apagado, a llanto contenido, a madres pelmazas y a tensa espera. Si alguien encuentra la esencia de todos esos elementos podrá sintetizar la fragancia de un gato en descomposición espolvoreado con cal viva.

Luego la crispación de mi mente se ha ido apagando porque una enfermera se ha aproximado a mi cama. No era ni guapa ni fea y no he sentido excitación al ver sus piernas. Aún habiéndola sentido mis posibilidades de éxito serían nulas porque mi atractivo ha caído en picado y porque se me nota en la cara que mi ejecución sería pésima. Sus piernas no eran bonitas, pero da igual, porque cuando uno está débil ya no distingue las excelencias de un cuerpo lozano. Las cosas son bonitas cuando puedes sentir el gozo que transmiten y, hoy por hoy, soy un receptor averiado.

Ha cogido la sonda procurando no hacer ruido y ha inyectado una dosis de Gloria Bendita. Luego me ha invadido un ruido blanco - la versión acústica de un cielo azul - y una voz en off , como la de una película intimista y profunda, me ha susurrado al oído que todos morimos, que no hay que ponerse dramático, que lo único que sucede es que todos tememos salirnos de las estadísticas, esas que dicen que nuestra esperanza de vida tiene que superar los 79 años...Y eso - que quede entre nosotros - no me ha hecho gracia, ni puta gracia, pero tampoco he sentido la necesidad de derramar una lágrima.



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