martes, noviembre 27, 2007

 

Terapia Electroconvulsiva


Por Carlos Cubero



A principios de siglo, un médico llamado Von Meduna se dio cuenta de que los pacientes psicóticos con ataques epilépticos mostraban mejoría justo después de las convulsiones. Llegó a la conclusión de que la tormenta neuronal del ataque epiléptico, de alguna manera, mejoraba el estado de sus pacientes. En 1937, Hugo Cerletti, un psiquiatra italiano, ideó un método basado en las descargas que se propinaban a los animales antes de ser sacrificados (Carlson, 1994). Dicho método era la Terapia Electroconvulsiva (TEC) y, originariamente, se empleó para una gran variedad de trastornos mentales.

Hoy por hoy, su uso está circunscrito a las depresiones mayores. Su eficacia ha quedado demostrada en pacientes profundamente deprimidos, resistentes a los fármacos y con un historial de intentos de autólisis.

El Dr. Dukakis es una persona resolutiva. Odia las terapias holgadas y siempre busca el beneficio terapéutico inmediato para sus pacientes. Cuando la terapia y los psicofármacos no han surtido efecto, el Dr. Dukakis siempre está presto para la acción. Como suele decirme en nuestras distendidas charlas "¿Depresión existencialista? ¡Qué depresión existencialista ni que niño muerto! Dadme un enchufe de 220 voltios y moveré el mundo".


viernes, noviembre 16, 2007

 

Notas y archivos del Dr. Dukakis


Por Carlos Cubero



"No es suficiente con una exploración psicopatológica transversal del sujeto. A la hora de diagnosticar un trastorno antisocial de personalidad (psicopatía)*, debemos recopilar cuánta información sea posible sobre su infancia y adolescencia. Puede hacerse mediante entrevistas a padres, amigos y compañeros de escuela a fin de determinar si el sujeto presentaba claros indicios (o no) de trastorno disocial en edades tempranas.

Ante mi inexperiencia en el terreno infanto-juvenil no he dudado en realizar un trabajo de campo para arrojar luz a la génesis de las conductas psicopáticas. He colocado micrófonos en varias residencias de la ciudad donde viven familias que han acudido en mi ayuda para solucionar los problemas de conducta de sus hijos.

Sirva este trabajo de campo para ampliar mis conocimientos (y, gracias a Carlos, también los vuestros) del trastorno disocial infantil. Recordad que la impulsividad, la maldad, la falta de escrúpulos y la ausencia remordimientos son rasgos que tienen su inicio en la más tierna infancia..."



Dr. Dukakis


El caso de Pedrito: El pajarito







El caso Damián: en la playa







El caso de Rafa y su tita Encarni: una relación disfuncional




Nota: debido a recientes críticas sobre el contenido del archivo audio, he decidido de forma unilateral reducir su carga dramática.


C. Cubero


lunes, noviembre 12, 2007

 

CONFLICTOS (Reposicion)


Por Carlos Cubero


I



Yo no estoy loco y puedo probarlo. Aunque a veces hable sólo no he perdido mi capacidad volitiva y cognoscitiva. Sólo procuro llenar los vacíos que me deja la persona que quiero hablando conmigo mismo ¡Sí, Sí! ¡No me miréis así! ¡Sólo! ¡Sin interlocutor presente! Sólo que mi dos yos – los que dialogan – no están escindidos: se conocen, se respetan y se integran. Eso no significa que no haya conflictos de vez en cuando…

Es en ese momento cuando me meto en el baño, abro la llave del agua y me siento en la taza del water. Me procuro un sonido prolongado y una temperatura cálida ¡Qué mejor forma que la de apuntar un secador a mi cara! Y es que la eficacia de los zumbidos para la meditación trascendental está probada. Si no os lo creéis echad un vistazo al proyecto Hemi-Sync de Robert Monroe.

Soy consciente de que esta imagen puede parecer excéntrica, pero no estoy loco y hay datos que lo prueban. De hecho, he realizado un estudio comparativo de mis respuestas mediante un test de screening bautizado como TSDDB (Test de Screening de Diagnostico Diferencial del Bollito). Es un test que he confeccionado yo: no está estandarizado, ni tiene baremos, ni puntuaciones T, ni análisis factoriales (no tengo paciencia) pero da datos muy valiosos. He aquí las respuestas a los ítems más discriminativos.


1 .- ¿Cuánto son 23 mas 14?

(Yo) 37.
(El loco) Un pato.

2.- Sigue la secuencia lógica: 2-4-5-6-8

(Yo) 9.
(El loco) Un pato.

3.- Un hombre se palpa los bolsillos con un cigarro en la boca ¿Qué crees que está haciendo?

(Yo) Buscar un encendedor.
(Un loco) Tiene el cuerpo lleno de bichos y se rasca. A mi también me pasa.
(Un autista) se palpa los bolsillos con un cigarro en la boca.


4.- Vas por la calle un hombre te pregunta ¿qué hora es? Tú le contestas.

(Yo) ¿Las 12 y media de la noche?
(Un loco) Te mataré.
(Un autista) la raiz cuadrada de 4768 es 65'050706.


5.- Estas en una fiesta rodeado de gente. Estas en medio de la pista y de repente un foco de luz te apunta sólo a ti.

(Yo) Levanto el índice hacia arriba., bien alto, y muevo mis caderas : “Ah-ah-ah, staying alive, etc”.
(Un loco) Es Dios y tiene un mensaje para mí.
(Un Autista) Sin respuesta. Observaciones. No contesta y se balancea.

6.- Un hombre está en el mostrador y se mete la mano en el bolsillo de atrás del pantalón ¿Qué va a sacar del bolsillo?

(Yo) la cartera
(Un loco) Un pato.
(Tarantino) Una Uzzi.

7.- Descríbeme una situación que te haga sentir vivo.

(Yo) Cogerle la mano a mi novia.
(Un loco) Un pato.
(Un Trastorno límite) Saltar de un globo aerostático desde 2000 metros de altura.

8.- Has guardo un objeto valioso en tu cajón de la mesilla. Al día siguiente vas a recogerlo y no está. ¿Qué ha sucedido?

(Yo) Mi madre lo ha guardado más de lo que estaba.
(Un loco) Está en otra dimensión (donde los objetos valiosos son felices).
(Mi madre) Yo no he tocado nada.


Como podéis observar, mis respuestas son cualitativamente diferentes a las respuestas de un loco. No hay presencia de delirios ni de alucinaciones y mi curso del pensamiento es normal aunque quizás algo acelerado por la presencia de rasgos obsesivos. Lo mismo sucede con mi lenguaje: puede acelerarse pero no suelo descarrilarme como los bipolares en fase maníaca.

Tengo tendencia, eso sí, a buscar refugio en mi mundo interior ante la adversidad de la vida, pero nunca he perdido el contacto con la realidad ni el repliegue ha sido tan intenso como para responder como un autista.

En definitiva, con los datos sobre la mesa, lo único que podría atribuirme es un conflicto materno-filial leve.



II



El primer yo es el de la razón. En términos psicoanalíticos sería ese súper yo cansino, lleno de normas y directrices; una entidad frustradota y represora; la voz de mi conciencia. Es buen tío, no os creáis, y esta cargado de razones. En el caso que me ocupa me dice: “sé prudente; deja una relación con final incierto; tan incierto que ciertamente será doloroso”. Me dice “¿Qué esperas de una mujer casada; que quiere a su marido; que tiene un gusto por lo bueno y por lo caro; que se mueve en las altas esferas…”. Me dice “su día más importante ha sido el de su boda; no eres un títere pero te falta entidad para acabar a su lado; nunca podrás competir con la imagen de un altar y la de un “sí, quiero””. Me dice “es una mujer de convicciones, es algo que te gusta; pero no eres su marido; el llego primero; debes aceptarlo”. Me dice “te retira el cariño con facilidad; necesitas cariño; no necesitas problemas, tú, especialmente“. Me dice “Estas cosas se superan en pareja, no eres su pareja, difícilmente llegarás a serlo”. Me dice “es mayor que tú; pertenece a otra generación; busca otras cosas, no puede ofrecérselas, no puedes cambiar, no puedes cambiarla, no debes sufrir por nada, debes ser cauto, bueno y sincero. Debes partir”.

Si se muerde la lengua se envenena…Lo provoca ese carácter marcadamente preventivo que pretende salvaguardar nuestros corazoncitos y pretende, sobre todo, que los pilares de nuestra psique no se desmoronen. Es, de hecho, el padre que te regaña por hurgarte la nariz y que te obliga a llegar a las 11 a casa: sabes que lo hace por tú bien, pero no puedes evitar odiarle.

El segundo yo es el deseo y el sentimiento. Sería, si queréis, esa parte plenamente pulsional, la que sale directamente de mi amígdala y me llega al corazón y a los genitales esquivando la corteza prefrontal. Me dice “es deliciosa, inteligente y profunda; una mujer de cálidos aromas; bondadosa; detallista; con una sonrisa preciosa; no te hará daño porque te quiere y porque tú la quieres”. Me dice “recuerda como se arreglaba, lo hacia para ti: su camisa amarilla limón escotada, la ralla de sus ojos, ojos verdes y grandes, despiertos, vivos, infinitos. Me dice “recuerda sus pómulos emocionales, su infinita colección de sandalias, el gusto de sus ropas, sus perlas brillantes coronando sus delicados pabellones auditivos”. Me dice “recuerda la suavidad de su piel, el temblor de tenerla en tus brazos, su vientre liso y adolescente; el detalle de sus uñas esmalte translucido”.

“Por eso te digo: sé impulsivo ¡No te cortes! Y júrale amor eterno; hazle el amor a diario, huele su almohada y siente la dicha de las feromonas en tu glomérulo nasal. Posa tus manos en su vientre ¡Pósalas! Y siente que ahí dentro hay algo vuestro que crece y ríe; y comparte música con vuestro legado, la que le hará soñar con lugares remotos; la que le obligará a coger un libro y venirte con una sonrisa; le conducirá sentarse en tu regazo con los aromas de café recién hecho; el aroma de un hogar pleno y cálido; acogedor, dulce, vivo, impenetrable.”

“Mientras escuchas ese murmullo - el del hogar que siempre te acoge - explícale la verdad de las estrellas; de como tú aprendiste que a pesar de la nimiedad de nuestros cuerpos las estrellas nos crearon para que las viéramos; explícale que si él no las ve, las estrellas no existen; y explícale que por eso su lugar en este mundo es único e inviolable.”

“Pero, sobre todo, amigo de aventuras, sobre todo, recuerda su ausencia: el vacío que provoca, el desconsuelo del llanto mal aprendido, la que desata el miedo y la impotencia, la de los espacios sombríos y callados, la de la luz yerma y crepuscular, la del olor a alquitrán y asfalto mojado…"

"Por eso te digo, desde el corazón y el deseo, que es lícito saltar paredes, rodear montañas y romper cristales. Debes ser sincero y honesto contigo mismo. Abrázala y quiérela”.




III



Me gustaría decir que estoy turbado – me gusta la palabra “turbado” – pero no puedo. Quizás sea por haber frecuentado ambientes que no me convenían, o por cierta propensión a la palabrota; o quizás sea un residuo de la pertinencia generacional a los que dicen guay cuando es bueno y chungo cuando es malo.

Por una cosa o por otra, no puedo decir que estoy turbado, ni puedo emplear la palabra zozobra; puedo emplear la expresión “malestar significativo”, pero basta de tecnicismos. Estoy hecho una mierda y por más que el sonido del secador se intensifique, por más que el agua caiga a borbotones caliente y humeante, no consigo deshacer el nudo de mi estómago. La opresión en el pecho no cede porque no veo resolución posible al conflicto.

He recurrido a muchas técnicas de relajación: progresiva de Jacobson, respiración profunda, taichí, morder un hueso, hacer el pino…Sin éxito. He llegado a combinarlas para potenciar sus efectos. Por ejemplo, he hecho el pino mientras hago respiración profunda (hay cierta dificultad para controlar la exhalación con el diafragma); o taichí mientras muerdo un hueso (es absolutamente ridículo y no me relajo, por si alguien entra en la habitación). En todo caso, ni las formas puras de los métodos ni las mixtas consiguen deshacer este malestar interior.




IV



Por eso fui esta mañana al bosque de Puigverd a recuperar la paz perdida: paseando, meditando y esperando una revelación que me sacara del entuerto. La angustia, curiosamente, se ha desvanecido pero me siento extraño. Veo a la gente pasar y sé que ya nada tienen que ver conmigo.

Mi último recuerdo vívido es el de la imagen lejana de la arboleda. Me senté apoyado en el tronco de un pino gigante y me quedé pensativo, mirando al vacío, y rodeado del peculiar olor a resina y a tierra mojada.

Allí mismo, a lo lejos, rompiendo el horizonte, se abrió la realidad con un estruendo. De la nada surgió la visión de un niño con rostro fruncido a la orilla de una playa azul violeta. El niño llevaba un bañador con el dibujo de un cangrejo. Jugaba a hacer castillos de arena y se giraba para comprobar que su madre seguía allí; y allí seguía. De la seguridad que da saber que te vigilan, pudo centrarse en los efluvios de la lengua salada en sus mejillas polvoreadas.

Justo después de reconocerme, me deslicé por el tronco del árbol. Noté las duras estrías de su corteza a lo largo de mi espalda y acabe estirado, justo delante, sintiendo la mullida hierba y mirando al cielo de un azul intenso y limpio, refrescante, el que sólo aparece después de una tormenta.

Fue entonces cuando el lecho del bosque me acogió como a un hijo. Cubriéndome de hojas enrojecidas, disimuló mi piel tornándola oscura y fértil. El olor a tierra detuvo mi corazón para que, días después, una cálida llovizna pudiera drenar todas mis penas; enviándolas más abajo del manto terrestre para acabar desechas, por fin, por la lava que todo lo mueve.


sábado, noviembre 03, 2007

 

QUÉ PIENSAS *


Por Carlos Cubero


A mí lo que me maravilla es la mente humana.
Hablo de la mía porque se da la casualidad
de que es la que tengo más cerca.

(Cubero, 2007)


La gracia de que no te publiquen es que puedes decir lo que te venga en gana. Si tus palabras tienen resonancia tienes que andar con pies de plomo y dedicarte con esmero a contrastar las fuentes. De otra forma, uno podría verse a diario en los juzgados con Ray Loriga, María Patiño, James Wannerton, Richard Treehood o Debrah Fisher. O todos juntos.

La desventaja es obvia: uno puede tener habilidades verbales notables y, a su vez, dedicarse a apilar cajas en un almacén vetusto y olvidado. Pero seamos positivos y aprovechemos la leve resonancia de este espacio.



**********



Hace dos días una chica me preguntó qué pensaba. Es algo que suele sucerderme con frecuencia, incluso con mujeres que afirman no preguntar nunca tal cosa. Debe ser que se me nota en la cara que tengo un sobrante neuronal que campa a sus anchas rebotando en las paredes de mis meninges. Como en el Arkanoid - un clásico en los juegos de arcade para los que vivimos con intensidad infantil la década de los ochenta - las ideas vienen y van en un cubículo estrecho y colorido, desdoblándose, destruyéndose y, en ocasiones, perdiéndose en la inmensidad de un espacio limitado por cuatro paredes.

Tan pesada se puso que acabé por desvelar el contenido de mi pensamiento. Postrado en mi sofá, justo en frente de ella, cogí aire:

Moncho Borrajo es gay y podría ser un cantante de rap con bigote. Su pericia con la palabra y sus impresionantes improvisaciones serían un ejemplo para los poetas urbanos de palabras baratas, vacías y desorientadas "Esta sociedad nos margina sin cesar a-ha hu-hu. Tengo un micro en mis manos, escuchad a-ha a-ha" Creo que en algunas tarimas deberían contratarse francotiradores. En la terminal A debería estrellarse un Jumbo de Air Argentina y en algunos clubs deberían contratar a algún francotirador que nos librara de los terroristas del verso.
Anne Igartiburu, por su lado, tiene problemas a la hora de conciliar el sueño. No escatima esfuerzos por evitar somníferos e hipnóticos y sigue con diligencia compulsiva el ritual para descansar el día antes de grabar el programa. Cada noche se toma un cola cao caliente con galletas. Con su dulzura y humanidad, ruega al personal del hotel que el cola cao sea eso, cola cao en polvo y no esos sucedáneos instantáneos libre de deliciosos grumos. Las galletas, ni María, ni Campurrianas, ni Napolitanas: Chiquilín. Las ventanas de la habitación, a su vez, deben estar minuciosamente forradas de papel negro, absolutamente opacas, para que ni un rayo de luz pueda entorpecer su difícil sueño.
Cruzando el charco, nos topamos con Umma Thurman. Siempre concilio el sueño con un documental y sé que Akenatón y Lincoln compartían enfermedad congénita: el síndrome de Marfan. Akenatón fue un faraón revolucionario que tuvo la innovadora idea de aglutinar todas las creencias en un solo Dios (Amón). Fue el primer monoteísta de la historia, un visionario y un adelantado a su tiempo. Abraham Lincoln, por su lado, abolió la esclavitud y disipó todo afán secesionista de los Estados Confederados. Dos grandes ilustres de extremidades alargadas y mente inquieta y rompedora.
Mientras caigo en la cuenta de que al Síndrome de Marfán se le asocian problemas cardíacos, no puedo evitar hacer analogías con el cuerpo de Umma y estremecerme ante sus interminables extremidades. Y no duermo desde concibo la posibilidad de que su gran corazón pueda fallar de un momento a otro.


Respiré agotado. Ella me miró con los ojos abiertos y boca torcida. Al ver que en ninguno de mis pensamientos estaba ella presente, espetó que para gente original e inquieta ya podía ver a Eddie Izzard o a cualquiera que hicieras sus pinitos en el Club de la Comedia. Me dijo que pensaba estar harta de los hombres que sólo pensaban en mamadas, pero que ahora - como en una revelación mística - los echaba infinitamente de menos. Yo le repliqué que a mi las mamadas me gustaban mogollón y le aseguré que rara vez pensaba en otra cosa que no fuera sexo, sexo y más sexo. A su vez, le dije que los documentales y la carga libidinosa no estaban reñidos ni por asomo. Al fin y al cabo, saber sobre la lanza de Longinos y sobre la relación entre la climatología y las manchas solares en las fotosfera, no implicaba que no pudiera desabrochar un sujetador con los ojos cerrados.

Pero no cambió el gesto e hizo eso con la boca que tanto detesto de "no, no, no" sorbiendo una pajita imaginaria. Me dijo que la extensión probable de mi conducta es que hiciera el amor mientras mi mente andaba perdida por la superficie calcinada de Venus. Yo le repliqué que ya sabía lo suficiente sobre la atmósfera de Venus, que ya había intentado imaginar lo que es respirar un aire 90 veces más denso y que había concluido que era como beber sopa y atragantarse.

Pero, desafortunadamente, no fui nada convincente y no tuve tiempo de salvar una situación que se prometía excitante. Me mando callar y me dijo que el mundo, para ella, era mucho más sencillo. Se levantó del sofá, cogió su abrigo y, malhumorada, abandonó mi humilde morada.





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