lunes, diciembre 11, 2006

 

EL FIN DE LOS DIAS

Por Carlos Cubero

El proceso de creación necesita de altas dosis de autoestima. Las ideas nunca son nuevas ni surgen de la nada: los objetos, las personas y las cosas están ahí, palpables y reales, y uno sólo tiene que alargar la mano para percibirlas y luego presentarlas de una forma particular, atractiva e inquietante.

La integración de ideas es la clave. Requiere de esfuerzo y de fe en uno mismo porque el creativo no crea, transforma la realidad integrando ideas que todo el mundo conoce.


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A Oriol no le sucedió como a Maxwell. Maxwell perdió a la única lectora que le merecía la pena. Era su referente y sólo quería conmoverla a ella. Su popularidad como escritor no fue más que un efecto colateral - bien recibido - de su necesidad primigenia de llegar a la mujer que más quería. Cuando ella falleció murió también la motivación nuclear que movia al escritor, y Maxwell lo aceptó con plena naturalidad ante la esupefacción de sus seguidores.

Oriol Puigdoménech, en cambio, no sólo perdió a su lectora sino que tuvo que escuchar como esta decía con rotundidad que Oriol era un mediocre. Salía de una boca de palabras comedidas y escasas y, aunque justa, fue una bomba bien dirigida.

En la quietud de la Plaça Major de Caldes de Montbui, Oriol daba vueltas a lo que le habían dicho. En una noche de pies fríos, se sentó en uno de los bancos y quedó resguardado por las luces anaranjadas de un día cualquiera. Encendió un cigarrillo y pensó:

- Integrar es decir quién eres. Si yo soy mediocre no vale la pena expresar nada, porque una mala integración es peor que un mundo de ideas inconexas que todo el mundo conoce.

Luego miró al cielo, estrellado y limpio, y centró su mirada periférica en un cúmulo de estrellas a penas perceptible: las Pléyades.

- Dentro de miles de millones de años nuestro sol se hinchará, abrasará nuestro planeta y acabará encogido y oscuro, como una enorme roca a base de carbono y oxígeno: un diamante enorme, frío e inerte..

Se sintió deshinchado por una idea cierta pero remota. Prosiguió.

Quiero acelerar el proceso. Hay formas más rápidas y verosímiles de que todo esto acabe: Ceres vira, cambia su órbita y se dirige al centro del Sistema Solar. Su silencioso trayecto confluye con la órbita terrestre. Los astrónomos han estado demasiado ocupados buscando sistemas planetarios y midiendo el efecto Doppler de estrellas lejanas. Desgraciadamente para la humanidad, el cinturón de asteroides ya no era tema de interés para la comunidad científica. Es demasiado tarde. No tener programa de vigilancia espacial había sido una irresponsabilidad y un disparate. Ahora no hay logística humana que pueda preparar una acción para lo que se nos avecina: ni cabezas nucleares, ni espejos gigantes, ni propulsores, Ceres se mueve por la sábana del espacio tiempo hacia nosotros irremisiblemente. Ceres penetra la atmósfera terrestre tiñendo el cielo de llamas y en pocos segundos acaba su trayectoria impactando contra la superficie de la Tierra. Ha caído de nuevo en la península de Yucatán y al otro lado del océano el estruendo puede sentirse en el pecho y en la planta de los pies; no se necesitan tímpanos para escuchar el sonido de la catástrofe. Nos hemos quedado sordos y las imágenes se ralentizan. El mundo que conocíamos hasta entonces ya no existe. Ahora sólo hay arena y polvo. La gente deambula perdida y amímica. Sus expresiones son de muerte porque no pueden reaccionar ante una realidad tan cruda y extraña. No despertarán de su letargo porque el horizonte ya no es azul, ni siquiera gris; es un horizonte desértico de detritos y materia suspendida. El cielo no es más que un segundo manto opresivo e irrespirable y los campos ya no huelen a jacinto, huelen a muerte y a clase práctica de Químicas. El mundo, en definitiva, no volverá a ser el que era. Nuestro mundo ha pasado a ser una gran probeta de sulfuros olvidada en un rincón de la Vía Láctea.


Apartó su mirada del firmamento y dio una nueva bocanada al cigarrillo. Al expulsar el aire no pudo distinguir el humo del cigarro del vaho de un frío día de invierno. Luego, mirando al suelo, alargo la exhalación y se preguntó cuanto aire cabía en sus pulmones.

Con su vista fijada en sus zapatos cayó en la cuenta de que estaba todo dicho: desde el "Génesis" a “El fin de los días” no había nada nuevo que explicar. Inundaciones, súbitas glaciaciones, plagas, meteoritos, computadoras rebeldes, bombas atómicas…¿Hay alguna forma más de acabar con todo esto?

Lo cierto era que por mucho que desviará su atención en la verdad de las cosas no podía deshacerse de la desgana que emergía de lo más hondo. Sintió que no podía encontrar consuelo ni en imágenes apocalípticas ni en la paz de un pueblo a altas horas de la madrugada, porque Oriol, en definitiva, no tuvo tanta suerte como Maxwell o Bradbury: a Oriol le hicieron tanto daño que no tenía ganas de que sus sentimientos fueran a la deriva en forma de relato.

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