jueves, junio 28, 2007

 

EL POZO


Por Carlos Cubero









Si un niño de 5 años se tapa los ojos, creerá esconderse y te retará a que lo encuentres. Eso sucede porque aún no ha desarrollado la capacidad representacional. Es incapaz de tener representaciones exactas de lo que el otro piensa. Si él no ve, tú tampoco. Ha empezado el juego del escondite.



I



Negro. Está todo negro y no recuerdo cómo acabé aquí. Mi mirada se acomoda a la negrura y aprovecha la luz residual de un minúsculo punto en lo alto. Estoy en un pozo porque las paredes son circulares formando un cilindro de apertura lejana. Quizás en mi caída me golpee la cabeza contra el suelo y haya perdido parte de mis recuerdos. Debe ser eso porque tengo adolorida la base del cráneo y astillado uno de los dientes. Paso la lengua por el diente y rasca y pincha donde antes no lo hacía.

Eso sí que lo recuerdo: los traumatismos craneoncefálicos provocan amnesia retrógrada. Primero no recuerdas nada y apenas te conformas con reconocer a los tuyos. A qué hora te levantaste, con quién ibas en el coche, cómo llegastes al hospital...Son cosas que ni te planteas. Pero la memoria se recupera de forma progresiva y siguiendo el gradiente temporal, acercándose cada vez más al día del accidente. Acabas por recordarlo todo menos el accidente. Esos momentos (o día concreto) acaban por caer en el eterno olvido.

Ha tenido que ser reciente porque mis ropas huelen aún a suavizante.

¿Dónde está mi zapato?



II




Nada. No hay nada que hacer. Por más que escale no podré llegar a la salida. Mis uñas siguen quebradizas y sangrantes. Debo tener vetas amoratadas y su escozor es insoportable. Tengo que morderme las yemas para aliviar el dolor de unos dedos acartonados y resecos por la tierra.

¿Y si estuviera muerto? ¿Y si simplemente estoy muerto? No, no puede ser. Eso es sólo un pensamiento perverso. No puedo estar muerto porque siento mis extremidades. Aprieto el puño y noto la presión de las uñas en la palma. Además, cuando uno muere no escucha un goteo intermitente en un espacio vacío; ni escucha sus ropas arrastrándose un suelo de fango y de líquenes; ni nota el aire plomizo de un espacio cerrado. En definitiva, creo que estoy tan muerto o vivo como cualquiera.

Al fondo hay un punto de luz que parece moverse, pero no lo sé con certeza. No puedo fiarme de mis sentidos. En la oscuridad, uno no puede percibir la quietud de un punto luminoso. Nuestros ojos necesitan movimiento para percibir los objetos. Si el objeto no se mueve lo movemos nosotros. Nuestros ojos siempre se mueven porque nuestras células fotoreceptoras se saturan enseguida. Mirar fijamente es sólo una expresión con sentido en el mundo de las palabras porque mirar fijamente es mover los ojos sin parar.

Es un punto y se mueve, pero podría estar quieto y ser más de uno. Alfa Centauro es sólo una estrella visible en el firmamento austral, pero es un sistema tres cuerpos: una estrella binaria mas una que parece orbitar a ambas; Proxima Centauri. Eso también lo recuerdo. Está a sólo 4'6 años luz de la Tierra y no sé si hay exoplanetas orbitando. No lo sé y quiero saberlo porque con las nuevas formas de propulsión podriamos llegar en sólo 40 años. Y tengo tiempo para verlo.

Necesito salir de aquí. Este goteo incesante va a volverme loco.




III




Palpo el suelo y encuentro una yesca de afiladas aristas entre insectos y demás seres que, aun moviéndose y acariciando mis muñecas, no puedo reconocer. Me encantaría poder contar los días de esta forzada reclusión y trazar un segmento por cada amanecer que llega a mis pupilas. Pero me temo que he perdido ya la noción del tiempo. El alba, el sol del mediodía, el ocaso, la noche, todo se traduce en piedra fría cuando uno está en el pozo. A cambio, he imaginado el mundo exterior escribiendo una palabra en cada uno de los adobes:


La hierba puede ser verde menta, mullida y salpicada de gotas de rocío, pero eso es irrelevante cuando te embarga el olor de los adoquines húmedos y las escolopendras corretean -frenéticas - tus tobillos magullados.


Luego las releo, una y otra vez, girando como una peonza hasta la extenuación, sintiendo la angustia de la arbitrariedad de las palabras y de su vacio en el mundo de lo absoluto; de la inutilidad de un concepto cuando no es compartido con nadie. Y me desplomo, empujado por el absurdo de estar literalmente rodeado - asfixiado - por mi mundo de significados. Y tengo miedo.



IV



Me despierto. Apenas puedo ya distinguir entre vigilia y sueño pero creo haber despertado ¿Qué es esa música? Es una voz femenina, lejana, que entona una melodía triste y profunda al compás de las gotas de mi lúgubre morada.

¿Y este quién es? Hay un pelirrojo barbudo tomando notas, garabateando una lámina blanca, mirando con detalle el cubículo. Parece ignorarme y está absorto en su trabajo. Creo que es producto de mi imaginación porque tiene luz propia. Se ha disparado ante la ausencia de estímulos. No sé cuánto tiempo llevo en este zulo, pero creo que la deprivación sensorial está empezando a hacer mella. Si no hay un estímulo, acabas por inventártelo. O no.

- ¿Perdone?
- Un segundo – Y traza un línea transversal con la plumilla en la hoja garabateada – Si, dígame.
- Hola.
- Hola.
- Me llamo Ricardo.
- Un placer. Mi nombre es Maurits Cornelis
- ¿Maurits Cornelis?¿ Maurits Cornelis…Escher?
- Se pronuncia Escher.
- Pues eso, Escher.
- No. Es-cher – Apunta.
- ¡Escher!
- No. Es-cher – Sigue la clase de dicción.
- ¡Escher!
- Déjalo.
- La verdad es que el holandés siempre se me resistió. Nunca pude pasar del Ashtublift.
- Es normal. Se os resiste a todos los latinos.
- Sólo pude asistir a dos sesiones con una mujer belga compañera de piso en Utrecht. Tenía unos ojos azules enormes y un pelo rizado interminable. Si tuviera que escoger una cara medieval para una película serie B sería esa.
- ¿Estabais juntos?
- No, ni hablar. Estaba enamorada de un albanés hortera con pinta de mafioso. Aunque le chupe el cuello un día de juerga debido a la ingesta descontrolada de absenta. No era guapa. De hecho tenía la cara como un pan de kilo y unas caderas flamencas que ni te cuento. De esas que te hacen entender porque las holandesas paren al natural por defecto. Perdona que ande acelerado hacía tiempo que no hablaba con nadie. Por cierto, ¿Qué haces aquí?
- Contemplar el paisaje.
- ¿El paisaje?
- Sí, el paisaje. La oscuridad es sólo oscuridad cuando no prestas atención. Si esperas a que tus pupilas se dilaten lo suficiente podrás ver un mundo de matices.
- Ya…Oye, ¿tú no estabas muerto?
- Pues no lo sé. No lo recuerdo ¿Y tú?
- Creo que no. Tampoco lo recuerdo.
- Pues estamos igual.

Traza nuevas líneas que parecen converger en el punto de luz. Sí, es un punto de luz. La primera impresión fuera la verdadera.

- Recuerdo que te acusaron de ser un dibujante frío; que transmitías poco con tus grabados. Eso sí lo recuerdo.
- Es cierto.
- Pues no estoy de acuerdo. Puddle, Relativity, Metamorphosis… A mi me transmitían mucho.
- Pues yo sí estoy de acuerdo. Nunca he pretendido conmover a alguien a través de su corazón sino de su percepción. Prefiero una perspectiva imposible a una bella estrofa; una retina a un sistema límbico.
- Comprendo. Sé que despertaste el interés de los matemáticos e hiciste muchas conferencias.
- Cierto.
- No me extraña. Pudiste expresar visualmente conceptos abstractos matemáticos. Tus estudios del plano y la forma son espectaculares. Aunque la relatividad, a pesar de tu obra, creo que nunca pudo expresarse. La curvatura del espacio tiempo explica la gravedad, la atracción de los cuerpos, pero no alcanzamos a percibirlo. Estamos hechos de tres dimensiones…Es una lástima.
- ¿Una lástima? Lo expresé en muchas de mis obras...
- ¿En serio? Pues yo no lo vi…
- Tú no puedes verlo en mis dibujos como no puedes verlo en la vida real. Por muy bien que lo exprese nadie puede verlo. Es una barrera perceptiva infranqueable, pero eso no significa que no esté expresado.
- ¿Me estás diciendo que la curvatura del espacio-tiempo está en tus dibujos?
- En efecto. Sólo que ni tú, ni Newton, ni nadie puede llegar a verlo.
- ¿Y qué hay que hacer para verlo?
- Ser Escher.
- Pues vaya…


Sigue dibujando. Con pulso firme traza las curvas de los adoquines cada vez más estrechas, ascendentes, llegando a cerrarse por completo en un ínfimo punto de luz en lo alto. No puedo evitar preguntarle.


- ¿Saldré yo en el paisaje?
- Mmmmmm…No.
- ¿No? ¿Por qué?
- Porque no me gustan los retratos. Se los hacía a mi mujer y obligado por algún encargo.
- No importa… Me alegra que estés aquí Escher…Necesitaba hablar con alguien.

Me sonríe y vuelve a su trabajo.




V



La melodía sigue presente: las ondas se estiran, el chapoteo no ha cesado y la voz cálida y melancólica parece alargar las notas como en un apacible llanto.

Escher sigue dibujando y yo, al estar libre de obligaciones, no puedo más que observar su tarea. Parece no molestarle la presencia de un "soplanucas". Personalmente prefiero observar a un artesano porque su nivel de automatismos en la tarea es superior y puede canturrear mientras utiliza sus manos. El artista emplea toda su atención en el lienzo pero el artesano tiene intermitencias, momentos donde puede dejar a su manos trabajar mientras él se relaja. Yo siento esos procesos mentales paralelos y acabo preso por ese flujo de paz y armonia. En la presente situación no estoy para exigencias y Escher es un digno sucedáneo.

Algo ha golpeado mi cabeza. He sentido un latigazo en la sien. Siento un súbito vacío que me empuja a agitarme como un poseído ¡Una serpiente! ¡Un gusano! ¡Una tenia! ¡Un parásito! Soy preso de un frenesí incontrolable, un repelús repentino que parece electrificar mi cuerpo. Escher me mira, impasible.

- Es una cuerda…
- ¿Una cuerda? ¿La has dibujado tú, Escher?
- ¿Yo? Mírala. Es recta. No hay truco ¡Qué voy a dibujar yo eso!

Me calmo y una voz lejana - que no acierto a reconocer - ha apagado la música celestial.

- ¡Ricardo... Témplate! ¡De veras! ¡Necesitas templarte!
- ¡¿Pero lo dices en general o ahora mismo?!
- ¡No lo sé! ¡Pero necesitas templarte!
- ¡He andado algo convulso últimamente y me he dado un golpe en la cabeza!
- ¡Llevamos tres días buscándote!

Una cuerda y una voz familiar ¡Esto es lo más parecido a una salvación!

- ¡¿De que coño está hecha la cuerda?!
- ¡Anúdatela y no preguntes!
- ¡Que me da miedo! ¿Y si se rompe? ¿Y si me da una reacción alérgica?
- ¡¡De paroxetina!! ¡¡Está hecha de paroxetina!! ¡Anúdatela como mejor te convenga! ¡Menos del cuello, por donde tú quieras! ¡De las axilas o por tus inglés! ¡Como un espeleólogo!


- Escher, no sé como andará tu pericia con los nudos marineros pero tendríamos que mirar de…¿Escher?

¿Dónde está Escher? Se ha desvanecido… Y yo que quería pedirle un autógrafo...O una litografía...



VI



Luz. Me duele la luz. Es cegadora incluso con los parpados cerrados. Poso torpemente mis manos en el alféizar y noto un dolor intenso en las falanges. Ya he asomado la cabeza y unas manos me agarran por las axilas ayudándome a salir. Tan fuerte es el impulso que caigo de bruces en la hierba. Y es húmeda, y fresca, y mullida y huele a apacible mañana en un pueblo adormilado.


- Toma. Tu zapato.
- Gracias, Antonio. Que alegría verte.
- Llevamos tres días buscándote ¿Cómo coño has ido a parar allá abajo?
- La verdad…No lo recuerdo.
- ¿No te habrás metido en algún lío? ¿Algún lío de faldas? ¿Debes dinero a algún prestamista?
- De verdad, no lo recuerdo. Quizás sólo tropecé y caí. Vete tú a saber.
- Todos te están esperando. Estaban locos por encontrarte ¡Te dabamos por muerto! ¡Esto hay que celebrarlo!
- ¿Quieres decir que no debería hacerme pruebas neurológicas? He sufrido un traumatismo con pérdida de memoria...
- Enséñame tus pupilas... - Intenta abrirme los ojos.
- No puedo. Me duelen los ojos. No puedo soportarlo ¡Me escuecen!
- A ver, fotofobia aparte ¿Controlas los esfínteres?
- Sí.
- Cuántos dedos tengo aquí.
- Cuatro.
- Cómo te llamas.
- Ricardo.
- Dónde estás.
- En... ¡Puigcerdà!
- Qué has venido a hacer.
- ¡A pasar unos días con mis amigos!
- Bien. Sigamos...
- ¿Qué crees de la política del PP en la oposición?
- Poseen un discurso insostenible, amoral, capcioso y fraudulento, impropio en un Estado de derecho.
- Actor en la película Simone.
- Al Pacino.
- ¿Por qué Al Pacino y Robert de Niro suelen confundirse?
- Por que son italo-americanos y porque en España los doblan la misma persona.
- Trastorno de personalidad más grave según Millon.
- El Paranoide. Son perspicaces, dañinos, muy inteligentes y no tienen conciencia de trastorno.
- ¡Ves, tío! ¡Estás mejor que antes! ¡Tú lo que necesitas es una buenas ducha, una copiosa comida y una dosis doble de ron añejo!
- ¿Tú crees? Oye…Si te digo que he estado hablando con Escher ¿Creerás que estoy loco?
- ¡Qué va! ¡Yo una vez quede atrapado en un ascensor durante dos horas y acabé humillado por Hugh Laurie! La deprivación sensorial tiene estas cosas. Pero has sido afortunado porque al menos conociste a un personaje interesante ¿Recuerdas el caso del carnicero del Lime Flower St.? Acabó sus días encerrado en su propia cámara frigorífica…
- ¿Y qué le pasó?
- Que lo encontraron sonriente, dos semanas después, agarrado a una pata de ternera con una inscripción en la escarcha.
- ¿Y que ponía?
- "Gracias Don Pin Pon y Espinete por compartir mis últimos momentos".
- Qué fuerte...
- Fortísimo ¡Ser un hombre cultivado es importante incluso para tener alucinaciones!
- Y qué lo digas…


Su exploración neurológica no me convence. Caminamos por la pradera a la linde de Tossa D'Alp y ya recuerdo la forzada huída, la reclusión obligada del que escapa de una situación deseperante y sin salida. No puedo evitar girarme y dar un último vistazo al pozo. Al verlo, puedo recordar un sobresalto, como el que despierta de un sueño agitado donde uno cae al vacío sin remedio. Pero no recuerdo si tropiezo o me empujan. Sólo me viene la memoria un vuelco al corazón que no va asociada a nada ni a nadie. Si la progresión de mis recuerdos es como la teórica, nunca llegaré a recordarlo. Y quizás sea lo mejor...

Me queda una última cosa en el tintero...


- Sólo una última cosa…¿Si te digo que la corbatura del espacio-tiempo está representada en su obra? ¿Creerás que deliro?
- Creo, amigo mío, que es una idea demasiado absurda y compleja como para que pueda llegar a ser un delirio. Si me dices que tu mujer es infiel, deliras; si me dices que eres la palabra de Dios en la tierra, deliras; si me dices que estás hueco y tus órganos internos se están pudriendo, deliras…Ahora, si me dices que Escher ha podido plasmar eso en su obra, creo que es simplemente una idea y deberías escribirla...Pero otro día...- Sonríe - Ya nos están esperando...


Pues dicho y hecho.



lunes, junio 11, 2007

 

Recuerdos

Por Carlos Cubero



Pere


A los siete años uno no conoce los términos microcefalia ni polidactilia. Lo único que sabes es que "micro" viene a significar pequeño y que "Dactilo" es un microasteroide que orbita a Ida a noventa km. de distancia. Sin embargo, era por todos sabido que el hijo de la profesora de primaria había tenido problemas desde su nacimiento. Luego tu madre y algunas profesoras te explican, susurrantes y comedidas, que Pere era el hijo adoptado de la señorita María y había sido entregado enfermito a sus padres adoptivos.

Las imágenes son difusas pero sí recuerdo su retraso mental y una forma de hablar pobre y explosiva. Tenía una voz extraña - como la de un reclamo para patos - y jugábamos en el parque a canicas, revolcados y desgastando la rodillas de los pantalones sin miramientos. Él jugaba con nosotros pero siempre andaba más ocupado inventando historias que no verbalizaba, utilizando dos muñecos de la colección "He-Man", deslizándolos por el "huache" e interrumpiendo, de vez en cuando, el trascurso natural del juego.

Tan extraño como su voz era su dedo meñique de la mano izquierda que parecía ramificarse para sacar un nuevo dedo atrofiado y raquítico. Yo lo toqué, pero no mucho porque estaba feo tocar deformidades ajenas y porque tocar algo así daba dentera.

También recuerdo que tenía la cabeza pequeña y que no era un niño atlético. Tenía cara de tonto - eso sí lo percibía - pero si me hubieran dicho que era un genio yo les habría creído. Los genios también son anomalías y también merecen un adjetivo a parte. Uno, cuando tiene siete años, no sabe calibrar los extremos ni tiene criterios para establecer la anormalidad de nadie, y dice cosas tales como Isla de Krakatoa y su gran erupción, la evolución de las especies, Ptolomeo, Mendel, Darwin, la galaxia Andrómeda (y su galaxia satélite), subnormal, coleóptero, maricón, puta, ojalá te mueras, sucedáneo, cochino, testículo no palpable, etc. sin llegar a abrazar el significado integro de cada uno de los términos.

Yo no sé si he tenido una infancia peculiar lo que sí sé es que vivo en ella de forma parcial a base de pensamientos súbitos, casi irrupciones desde el más allá. Por eso he podido recordar a Pere cuando no tenía razón alguna para hacerlo, y de la misma forma, recuerdo la sensación que me dio el saber que en el funeral de Pere su madre se descompuso.

Durante las sucesivas semanas, las profesoras (sus compañeras) y todas sus amistades consolaban su llanto intermitente en los pasillos del colegio: No has pogut fer-hi més; li has oferit la millor de les infanteses. Y a María le ayudó saber que ella hizo todo lo que estuvo en su mano para salvar los graves problemas de salud de su niño.

A mi más que esa bondad fuera de órbita, más que el dolor de la pérdida de un hijo, más que el alivio que da el saber que uno ha hecho todo lo humanamente posible, más que todo eso, lo que realmente me dio que pensar - y pensé durante noches enteras - fue el motivo que empujó a María a acercarse al féretro de su hijo y depositar los muñecos dentro de su tumba.



Desincronía


Comprensión y emociones tienen que andar el camino del desarrollo cogidos de la mano. No es justo ni adaptativo plantearse ciertas teorías y sus consecuencias para tu mirada cuando lo único que se espera de ti es que juegues a fútbol y llames mamá a tu madre. Sólo comprender la teoría Darwiniana, sólo saber que somos un minúsculo punto en la inmensidad del universo, es incompatible con la sencillez de una vida familiar acomodada. Ser el producto de una selección natural, reubica tu nicho ecológico en una mota de polvo en los cuatro mil millones de años de evolución de nuestro planeta. Cuando entiendes eso, tus padres se convierten en sólo una coincidencia cronológica, y tus hermanos lo mismo. Ser occidental, estar escolarizado, residir en un pueblo dormitorio…Todo está impregnado de una atmósfera de provisionalidad pestilente. Y más pestilente que liberadora porque nadie pretende ser el rey de la perspectiva a tan tierna edad.

Es en ese el punto donde uno mismo puede construir su realidad como le plazca. Pero para eso hay que tener un ego inmenso y demoledor - maduro - y tener pelos en el pecho. Yo tenía la piel blanca y suave. Como un melocotón. Por eso sangré en el lavabo el día que quise emular a mi padre con la maquinilla de afeitar.

Nunca pensé que una barbilla pudiera sangrar tanto y nunca pensé que, más de 20 años después, escribiría estas palabras para que alguien las leyera.



Un secreto a voces



El recién llegado profesor de gimnasia era de barba tupida y muy robusto. Años después descubrí que había participado en unas olimpiadas con la selección española de natación en plena época franquista. Más de una década después, pasados ya sus años de gloria, había aceptado la sustitución de monitor auxiliar de gimnasia en el colegio Sant Esteve para alumnos de primaria.

La profesora titular, en cambio, era escualida y muy blanca; de media melena lisa y mate. Tenía esos rostros redondos, débiles, de risa apagada y dientes grisaceos por la ingesta desafortunada de tetraciclina. Pero tenía un polvo y eso lo supimos antes de que el profesor mostrara poses flirteantes ante todo el alumnado.

Si existe eso de las conductas sexualizadas, si existe eso que llaman periodo de latencia, nosotros éramos una clara anomalía porque, a las poses flirteantes de los dos prodesores sentados en el potro del gimnasio, les siguieron unos extraños ruidos - gemidos- en los lavabos de uso exclusivo para los profesores. Y no necesitamos de más explicaciones para saber que el profesor no le estaba haciendo daño.

El profesor barbudo y robusto duró dos telediarios en la escuela. La profesora escuálida, en cambio, famosa por su intransigencia e insensibilidad ante el temor infantil a dar volteretas, siguió en el cargo por muchos años. Su nivel de exigencia, sin embargo, descendió en picado porque se sabía gritona y porque sabía que había perdido toda autoridad ante el grupo clase. Ella lo sabía y sabía que cualquiera podría replicarle de la manera más impertinente a cualquier exceso en la ejecución de sus funciones.

Era buena profesora porque comprendía que no éramos sujetos de medio metro inocentes e ignorantes. Era, al fin y al cabo, una mujer sola que buscaba que la quisieran. Era la señorita condenada a llevar chandal a diario.




viernes, junio 01, 2007

 

Amor y tragaperras


Por Carlos Cubero



Extracto de los cuadernos de psicología básica del Dr. Dukakis




El beso más deseado es el que se
te niega habiéndolo probado.






Las miradas intermitentes son las más poderosas. Si te miran fijamente es que has suscitado un interés desmedido o llevas la cremallera abierta; pero si te miran de soslayo - de forma casi imperceptible - y de vez en cuando, con una sutil caída de ojos, el interesado ya eres tú. Has sido atrapado por las reglas básicas de la coquetería.

Es curioso que, en ocasiones, a mucho de nosotros se nos dispare el amor y la pasión cuando el objeto de deseo es voluble e inestable. Si una mujer demuestra su amor por ti sin tapujos, lo más probable es que llegue a convertirse en una opción y no en la mujer diana. Sin embargo, si su comportamiento es ambivalente, si va del "sí" al "no"; del "te quiero" al "no estoy segura"; del "te quiero" al "no puede ser" reforzarán nuestras conductas de acercamiento, de sumisión y, finalmente, de amargura. Luego observas a tu alrededor y te das cuenta de que hay apuestas en forma de relación mucho más seguras, estables y quizás - porqué no - de mejor calidad, pero no te interesan, porque es ese elemento inseguro - incierto - el que arranca nuestro motor primero y el que acaba por movernos.

Los humanos - como las amebas - somos víctimas y beneficiarios del principio básico del placer: necesitamos sentirnos bien y sentirnos a gusto. Por eso, para implantar cualquier conducta necesitamos asociarla con un estimulo apetitivo poderoso, por ejemplo, un beso en los morritos. Podría ser un caramelo, un tazón de alpiste, un plato de linguine alle vongole o unas gafas Gucci, pero creo que, en el tema que nos ocupa, el beso en los morritos es el estímulo apetitivo más adecuado. Haremos pues mil y una payasadas (también llamadas danzas de apareamiento) para poder conseguir el preciado premio estimular.

Pero lo cosa no acaba aquí. Si siempre que emitimos la conducta "perder el culo por una mujer" aparece el estímulo apetitivo (un beso en los morritos) dicha conducta tiende a extinguirse por el efecto de la saciedad. Tantos besos pueden llegar a ser extenuantes - no nos engañemos - y a su vez, uno puede acabar cayendo en la cuenta de que, ya definida la relación entre lo que haces y el beso en los morritos, puedes conseguir cuántos premios estimulares quieras por el módico precio de una conducta condicionada ¿Qué hay que hacer pues para resolver esa desgana consecuente? ¿Qué hay que hacer para eliminar el pernicioso efecto de la habituación humana? Exacto: la respuesta es un refuerzo intermitente de razón variable.

Eso significa que aunque hagas lo mismo, el refuerzo (beso en los morritos) aparecerá de higos a brevas y nunca podremos predecir su aparición. En otras palabras, se te da algo apetitoso, que te haga sentir bien, para luego negártelo o dártelo de forma intermitente en dosis variable. ¿Qué sucede pues? ¿Qué conductas se promueven en nuestros débiles cuerpecillos? Exacto: aumentar la frecuencia, la modalidad y la emisión de la conducta reforzada: invitarla a cenar, al cine, a la bolera, al Arts, y finalmente declararle amor eterno, decirle que no puedes vivir sin ella, presentarle a tus padres, ella a ti los suyos, para luego casarte, tener hijos, trabajar como un cabrón y luego morirte, porque para vivir como un esclavo más vale estirar la pata y agradecer a Dios que nos hiciera a imagen y semejanza de un yogur con fecha de caducidad.

Pues bien, has acabado tus días agonizando, mirando a tu familia, estertoroso, y llegando a la conclusión de que te has comportado como un jugador patológico delante de una máquina tragaperras. Porque las máquinas tragaperras son de hecho cajas de Skinner con programas de refuerzo de razón variable, ya que se varía la proporción de conductas correctas por cada refuerzo, para que el sujeto no sepa cuando va a recibirlo y se pase sesiones enteras introduciendo monedas sin parar. Y es que los españoles nos gastamos en estas máquinas más dinero que en todas la Loterías del Estado juntas...

Puede parecer horrible y despechado exponer esta visión mecanicista y reduccionista de nuestras relaciones afectivas más convulsas: las que más vivos nos hacen sentir y las que más nos duelen. Ya sé que no somos ratas de laboratorio ni somos tan manipulables; ahora, no puede negarse que las similitudes son evidentes y existen. Por eso hay que procurar no caer en el juego desmedido y, a ser posible, apostar con la certeza suficiente de que en el juego - como en el amor - uno puede llegar a ser el flamante y único ganador.




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