viernes, marzo 30, 2007

 

ANHEDONIA


Por Carlos Cubero

Anhedonia: Dícese de la pérdida o ausencia
de la capacidad de experimentar placer.




I


La ausencia de luz atenúa los defectos y resalta las curvas. La penumbra deshace el color y los bastones cobran protagonismo. La noche no está hecha para los amantes de la visión macular, sino para los periféricos; los que prefieren la velocidad de los objetos a la definición de la quietud.


*****

Las puertas abatibles de la entrada eran rojas, desconchadas y craqueladas, con un ojo de buey de hierro oxidado. Podría ser la entrada de un cine betusto y abandonado, o la de una tienda de Candem siendo la puerta un exponente más en venta de la estética retro. Pero no lo eran, porque el Vespertín Jazz Club no era un local pretencioso, era un local con solera, y por eso la puerta no era retro, era simplemente vieja y desganada.


Víctor abrió las puertas y se adentró en un mundo de sombras y luces azul grisáceo. La barra estaba al fondo y a su derecha, una pista de baile vacía y de reducidas dimensiones. Sunset de Ninit Sawhney sonaba con la mezcla parsimonia de voces negroides, profundas y desgarradas, con el fondo de unos llantos ancestrales y americanos.

Ya le habían servido el primer whisky doble con hielo.


- Debe ser relajante - Dijo sin levantar la vista del vaso.

- ¿El qué señor?

- Trabajar en un sitio como este. Las luces, la música…Es desde luego acogedor y relajante.

- Debe serlo - Sonrió - En función, imagino del lado de la barra en que se encuentre…

- Es verdad. Era una observación estúpida. No soy de esa clase de personas que van a los bares en busca de cháchara... - dijo avergonzado.

- Lo imagino, señor.

Al otro lado de la barra, una mujer exuberante y de facciones mediterráneas observaba a Víctor de forma disimulada. Una mirada de soslayo, interesada y eléctrica, de pupilas dilatadas apenas perceptible desvelaba un súbito interés.

- Esa señorita parece querer llamar su atención, señor - Susurró

- No estoy nada atrevido esta noche. Lo lamento - Dijo visiblemente contrariado. Víctor sintió que sus piernas temblaban - Chuck Palaniuk decía que la percepción de la realidad es algo personal e intransferible. Explicaba que un amigo cirujano plástico le decía en sus salidas nocturnas: "yo he llegado al punto de de que solo veo carne viviente: dos pechos erguidos, dos labios mejorables; un culo gordo."

- ¿Eso decía, señor?

- Sí. El cirujano no atribuía humanidad alguna a las muchachas que se contorneaban en la pista de baile. Lo haría en su día, y por eso se sorprendía de ese cambio de percepción del genero opuesto.

- ¿Es usted cirujano, Señor?

- No, de hecho trabajo en una oficina - Bebió el whisky de un trago - ¡Sí señor! - exclamó de forma inadecuada - Un chupatintas moreno de rayos catódicos ¡Eso soy yo!

- Ah…

- Pero me siento igual que el cirujano. Igual. Por eso, esa hermosa mujer puede seguir mirando...

- No habla usted como un chupatintas, Señor.

- La educación pública hace milagros.

- Si usted lo dice…

- La segunda estupidez de la noche...


Ambos sonrieron. Sunset había concluido y el pinchadiscos solapó con acierto una la insólita versión de "Embrujo" de Mirelle Matieur, extrañamente remasterizada y presentada con ritmos chill out.



II



El camarero servía una nueva ración de whiskie. Mientras el hielo crujía, una oleada de paternalismo sustituyó en su rostro a la formalidad inicial.

- Si me permite, me gustaría resolver su entuerto.

- Adelante.

- Usted está de luto, y aún no lo sabe.

- ¿De luto?

- Sí, de luto.

- No hace falta ninguna muerte para guardar luto por alguien o algo. Sólo es necesario una pérdida, algo que ya nunca vaya a volver. En su caso, es una mujer.

- …Cierto…

- Sea consecuente con su estado: ha perdido algo que amaba y por eso se encuentra así, incapacitado para una relación ni siquiera esporádica. Su naturaleza sensible no le permite atajos emocionales ni sucedáneos, señor.

- ¿Qué debería hacer pues?

- Asumir esa pérdida, fagocitarla y resurgir con aires renovados. No puede negar una pérdida ni racionalizar sus efectos. Esa mujer es más que carne sólo que usted necesita otra cosa...

- Fagocitarla...- Se repitió mientras sentía la incapacidad de deglutir la angustia - Fagocitarla ... - ensimismado torció el gesto para justo a tiempo detener un llanto pueril y desconsolado. Se serenó - Me temo que razón y emociones van por caminos distintos. Lo más gracioso de todo es que no puedo evitar quererla. Si pudiera hacerlo sin duda lo haría. Si hubiera un interruptor anulara todo sentimiento, toda esperanza...Lo apretaría. Pero seguro que antes de hacerlo sentiría el miedo a hacer algo irreversible, el miedo de no sentir nada si ella volviera a casa. Es sólo que quiero un tapón de corcho que rellene esto que siento en el pecho ¿Me comprende usted? - Apretó instintivamente los dedos en el plexo solar .

- Desde luego, señor... Pero tenga en cuenta que no hay nada más pavoroso que no sentir y usted, si me lo permite, se aleja aunque no lo crea, de esa temida anestesia emocional. Es sólo que por un tiempo le ha tocado sentir el reverso oscuro de la moneda más dorada...

Víctor escuchó atento a las palabras del camarero pero no levantó la mirada del vaso de whiskie de hielo fundido. Se perdió por un momento en las vetas del licor y en el baile vertical y ondulado de las aguas.

- ¿Por qué tengo la sensación persistente que me conoce Ud.?

- La educación pública hace milagros, Señor - Sonrió.

Víctor sonrió desganado y con el rostro caído - Habrá que creer en la sociedad del bienestar- Dijo para luego salió del local con paso lento y desganado, casi arrastrando los pies, justo después de agradecer la charla.

La mujer se acercó al camarero sin perder de vista la calmada huida de Víctor, deseando un cambio de rumbo.

- ¿Quién era, Alfred? - Preguntó

- Un buen hombre, Sophie. Sólo un buen hombre. No te gustaría - Y Sophie frunció el ceño y torció el gesto enseñando los dientes.

- ¿Qué has querido decir con eso malnacido? ¡Estate a tu trabajo que para eso te pago! Ponme otra

- Desde luego, Señora Sophie- Alfred llenó de whiskie un vaso grueso repleto de hielo crujiente y transparente - ¿Señora Sophie?

- ¡Qué! - Contestó airada.

- Yo necesito este trabajo tanto como usted mi silencio.

Sophie a punto estuvo de perder los estribos pero pudo contener la rabia apretando los labios. Estrujó el vaso con furia y tragándose toda su vehemencia, se alejó con paso decidido y violento.


III



Víctor entró en su apartamento y dejó caer las llaves. Se quitó la ropa y la tiró en medio del salón. Se descalzó violentamente, sin ni tan siquiera descordarse los zapatos. Como un eco aun podía oír a su mujer: "vas a deformarlos; no pensarás dejar eso ahí…"

Se quedó en calzoncillos y se fue directo al baño. Estaba iluminado por la luz anaranjada de las farolas de la plaza. La visión era insuficiente - "Te vas a quedar ciego" - pero hizo caso omiso al eco incesante y cogió la revista de Ikea.

Se sentó en medio del baño y se le ocurrió la terrible idea de buscar un cigarrillo para luego recordar como tuvo que dejar este vicio en favor de una relación asimétrica. Recordó que en el cajón del salón había una cajetilla de rubio del bautizo de uno de los sobrinos de su ex mujer. Los tenían guardados por si alguna vez venían invitados - Inmenso día la de aquel bautizo. Mejor saltar las brasas del San Juan pagano" - Pensó.

Se volvió al baño y decidió coger el calefactor de aire, prohibitivo por su alto consumo energético Se lo apuntó al cuerpo, se encendió el cigarro y se sintió mareado pero satisfecho.

Con una luz anaranjada, con la ropa arrugada en medio del salón, con unos zapatos malquitados y disconformes con el trato, dio una profunda bocanada y empezó a ojear la revista. Sintió alivió al pensar que podía ir a ver esa mesilla sin tener que parar en cada escaparate, ni en cada estante, ni revisar ninguna promoción. Iría a por esa mesilla y no habría promoción, ni artículo, ni mujer que retrasara su objetivo inicial...- Sólo quizás las galletas suecas de miel y chocolate...

Mientras procuraba reproducir el sabor de aquellas grandes galletas de maíz acarameladas, pudo ver a través de la ventana, justo detrás de la aureola naranja y húmeda de las farolas, como la noche, a pesar de su calma aparente azul topacio, aun no podía acallar la jauría y alboroto de los perros del vecindario. Y no podría por muchas noches.

sábado, marzo 24, 2007

 

Mrs. Shivery

Por Carlos Cubero

Los moneros son antiguos heroinómanos que saben lo que es el proceso de desenganche. Son los responsables de tutorizar la limpieza de los recién llegados al centro. Ellos han pasado por las penurias de la desintoxicación y saben mejor que nadie como paliar el dolor de los que están en el peor de los trances. Saben que suplicarán; venderán a su madre, a toda su familia y darán su alma para librarse de los delirios y las horribles alucinaciones del estado de abstinencia.

Los que conocen el proceso saben como lidiar con esas propuestas; lo hacen no desde la habituación del que oye chillidos, llantos y súplicas a diario al otro lado de una habitación acolchada, sino desde el principio de empatía del que ha vivido en propia carne lo que es querer morir mientras uno se defeca encima.

La voluntad, la fortaleza del alma, es fluctuante y no siempre es necesario un tutor externo. Algunos jugadores patológicos firman consentimiento en las salas de apuestas colindantes, firman para que los casinos, bingos y demás establecimientos de juegos de azar impidan su entrada “digan lo que digan” “supliquen lo que supliquen” para el resto de sus días. Son, en definitiva, tutores temporales transversales de sí mismos.

Esa es la razón por la cual Mr. Rogers, después de una ruptura definitiva con su amada, pensó que por mucho que le doliera una negativa, por mucho que le doliera el vacío, por mucho que le doliera su ausencia, había más caminos que la interpretación peyorativa y sesgada del desplante. Con dolor o sin él, en lo más profundo sabía que Mrs. Shivery ignoraba sus suplicas por su bien y no por desgana y ansia negligente.

Con la plumilla en la mano, sin saber que escribir por no tener referentes ni oídos expectantes y adecuados, pensó que, al menos, podía dar esa lección vital por aprendida. La lección de las interpretaciones alternativas y la confianza del que te quiere por encima de la imposibilidad de estar juntos.

De ahí surgió su conocida obra “Lack of love”, una novela sobre un amor imposible pero intenso, revitalizador y convulso; de final agridulce y sin embargo - y por encima de todo- imperecedero.

Justo antes de escribir las primeras líneas, con la mirada perdida en una hoja en blanco, sonrió tímidamente. Notó el calor del flexo en la cara y pensó que, a diferencia de otros exfumadores, nunca le molestaría el cálido y afrutado aroma de una picada en una reunión familiar a altas horas de la madrugada.



*****



Mi lenguaje subvocal, la voz que narra,
la que escucho en mi cabeza, es mi alma.
Cuando quiere expresar dicha, hay dicha;
cuando quiere expresar enfado, hay enfado;
y cuando quiere expresar dolor, hay dolor.
Pero cuando no quiere expresar nada,
es que ha venido de nuevo
la enfermedad del mal remedio.




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