jueves, junio 29, 2006

 

Mobbing

Estimados lectores,

Aquí os dejo una conferencia muy esclarecedora sobre Mobbing a cargo del Dr. Piñuel. Fue impartida a los alumnos del Máster de Psicología Jurídica de la UAB y fue grabada por un servidor en el 2003.
La calidad del archivo es mejorable pero si vivís presos de una relación dañina con jefes, subordinados u homólogos, estoy seguro de que no os importará agudizar el oído.
Recordad que "el mobbing o acoso en el trabajo son conductas, por tanto, son susceptibles de ser medidas y evaluadas".

Un cordial saludo,


C. Cubero




domingo, junio 25, 2006

 

Sermones al vacio


Por Carlos Cubero

Alfredo sentía rabia, miedo y desconsuelo; una nube insufrible, punzante y perpetua en su toro orbital. “Esto no puede quedarse aquí” se repetía.

Había pensado en herirla, hacerle daño, pero no podía albergar dicho sentimiento más que unos segundos; quedaba al instante deshecho por la imagen angelical de su cara bañada por la luz de la mañana. No, no podía hacerle daño, porque eso no iba a cambiar su voluntad de dejarle.

Se había quedado solo en su apartamento. Sentado en su vieja butaca, podía ver entrar el sol por la ventana y las partículas de polvo suspendidas en el salón. Tenía el televisor encendido pero no le prestaba atención. Al fondo estaba el sofá cama, de uso exclusivo para la lectura y para echarse una siesta. Era el rincón perfecto en el asfixiante verano barcelonés porque estaba resguardado de la luz de los ventanales y era el lugar más fresco después del dormitorio.

Era el octavo día después de su ruptura con María y el sofá cama estaba ahora lleno de ropa arrugada, sucia y por planchar.

A las 11 de la mañana, a Alfredo le esperaba un sábado tan negro como el anterior. Se puso una de las camisas, la menos arrugada, y abandonó el apartamento. No comprobó si llevaba las llaves en el bolsillo.

Con el semblante serio, impenetrable y blanquecino caminó cabizbajo por la Avenida Meridiana. Sin levantar la cabeza del suelo tocó un botón al azar del interfono del edificio más cercano.

- ¿Quién es? – Era la voz de un niño.

- Correo comercial – Dijo con voz temblorosa pero procurandose la frialdad del que lo dice diariamente.

- Mi madre dice que no abra la puerta a extraños.

- Soy sólo el cartero, pequeño
– Después de un leve silencio, la puerta se abrió.

- No se lo digas a mi madre.

- No lo haré, no te preocupes – Y el niño colgó el auricular del interfono.

Cinco minutos más tarde la policía nacional recibió la llamada anónima de un vecino: un hombre parecía asomarse demasiado en el número doscientos veinte de la Avenida Meridiana.

Un caso más para el negociador Alberto Mancilla, reputado psicólogo acostumbrado a manejarse en las situaciones más extremas.

- Dr. Mancilla. Tenemos a un chiflado en el alfeizar de un precipicio - Alberto Mancilla apuró su cortado laxante de 25 céntimos y miró al policía nacional con ojos profundos.

- Vamos para allá.

La patrulla abandono la comisaria y se dirigió con toda presura al lugar de los hechos.

- Yo quiero ser el que suba. No quiero interrupciones – Dijo Mancilla.

- Así será Doctor. Le cubriremos por detrás por si algo inesperado sucediera - Contesto uno de los policías.

Mancilla y tres agentes subieron al decimocuarto piso con el ascensor. Mancilla se puso delante de la patrulla y empujó la puerta metálica de la terraza comunitaria. Las bisagras chirriaron y la puerta acabo abriéndose.

- ¡No te acerques! – Gritó Alfredo histéricamente. Alberto mancilla levantó las manos y enseño sus palmas. “No voy a acercarme” quiso expresar. Luego se apoyó en el quicio de la puerta, se encendió un cigarrillo y se dispuso a hablar.

- No creo que vayas a hacerlo – Dijo son suficiencia.

- ¿! Crees que no tengo huevos para tirarme!? – dijo visiblemente agitado – Pues que sepas que no tengo miedo a nada. Nada me importa una mierda.

- Ya, ya, el típico discurso de siempre – Dijo cansino y resoplando– “No me quiere, haré lo que sea para recuperarla”, y bla, bla, bla…

- No te burles, estoy decidido – Seguía agitado y mirando el tumulto que se iba formando al pie del edificio.

- Mira, estoy harto de gente como tú que sólo saca fuerzas para fustigarse. ¿Por qué no las empleas para intentar cambiar tu entorno? En ocasiones, nos hacemos fuertes para hacernos daño y no comprendemos que esa misma energía bien pudiera canalizarse de una forma más productiva. Es lo que os sucede a vosotros los que padecéis un trastorno de personalidad por dependencia: hacéis lo que sea para no perder al sujeto amado...

- ¿Qué? – Dijo contrariado.

- Lo que no entendéis es que eso no es amor, es un vínculo malsano fruto de vuestras características personales: pones en la coctelera un sistema nervioso frágil; añades un vínculo materno filial inestable; unas gotas de hermano mediano de papel de reparto, agitas y… ¡Voilà! Aquí te tienes intentando quitarte la vida....

Y es que sé que no quieres hacerlo, pillín, porque esto no es más que un parasuicidio, lo que significa que el fin último no es quitarse la vida sino llamar la atención de algo o alguien.


- Vete a la mierda – Espetó sin quitar los ojos del vacío.

- Mira muchacho: a las mujeres no les gustan los parasuicidas. En todas las épocas de la historia el parasuicida ha sido un ser impío y objeto de burlas ¿No querrás ser como un niño victimizado para el resto de tu vida? ¿Al que pegan collejas y se meten con su madre con plena impunidad? Cierto es que el discurso victimista ha podido sonar adecuado en algunos momentos, pero si Ausias Marchs pudo dejar de lado el estilo de los trovadores, tú también puedes hacerlo.

Y es que deberías cambiar de estrategia. Si te gusta el riesgo (y por lo que veo te gusta) prueba a atracar un banco; tirar una bombona de butano desde un sexto piso; nadar en una olla de chili con carne; pero ¡Por el amor de dios! ¡No seas autopunitivo!
– Dijo con una inesperada indignación - Eso está feo. ¿No te das cuenta de que vivimos en la edad de Eros?; un mundo hedonista, inundado de anestesia y sombrillas de cocktail, ¿y tú me vienes con esto? La verdad, no sé si eres un parasuicida o un hortera.

Si insistes en tu actitud autopunitiva hay formas más suaves: puedes empezar a fumar.


- Ya fumo.

- ¡Pues cae en drogas más severas! Métete caballo; anfetas; cómete un melocotón… ¡Pero esto es indigno! ¿Qué pensaría tu madre si te viera en estas circunstancias?

- Está muerta.

- ¿Y tu padre?

- Esta internado en una institución mental.


- ¡Bueno que más da quien pueda verte! – Dijo visiblemente contrariado – Eres tú y tu autoimagen. Que va a pensar Ángels Barceló cuando tenga que dar tu noticia? ¿Crees que le dará pena? ¿Crees que empleará un tono diferente porque seas tú? ¿Crees que sentirá más pena que cuando habla de la enésima caída de Sete Gibernau?

- Quién es esa – Dijo de forma seca.

- La que presentaba los telediarios. Mira, ahí están las cámaras ¿Las ves? – Fijó
la vista y alcanzo a ver una furgoneta blanca y, justo al lado, un cámara dispuesto a grabar- ¿De verdad quieres que tu único momento de gloria sea el de…?


Alfredo abrió los ojos como platos. Miró a Alberto Mancilla, miró a la cámara, se procuró un buen plano - ¡¡¡Te quiero María!!! - Y se lanzó al vacío.

El bullicio en la calle soltó un alarido al unísono para, dos segundos mas tarde, escuchar el escalofriante sonido de un saco de patatas contra el suelo.

Alfredo, no salpicó, pero se quedo incrustado en el asfalto. Los policías se apresuraron a cercar la zona y Atestados levantó el cadáver. Fueron los bomberos, sin embargo, los que tuvieron que hacer palanca para poder despegarlo del suelo. La imagen resultante fue dantesca: el pobre diablo quedó adherido a una señal de suelo de “prohibido ir a más de 30”.

Alberto Mancilla quedó consternado por el incidente. Lleno de dudas sobre su valía como profesional no podía deshacer el nudo de su estómago. ¿Dio alas al parasuicida? ¿Tan soporífera fue su magistral explicación? Decidió poner manos al asunto: repaso los casos de comorbilidad de dependientes y trastornos límite de personalidad y se apuntó a clases de oratoria.

Alfredo tuvo la desgracia de conocer a Gunther Von Hagens, médico anatomista alemán, días antes en una noche de borrachera. Firmó lo que no debía, y ahora su cuerpo grabado puede contemplarse en la exposición itinerante de Körperwelten.

Àngels Barceló nunca dio aquella noticia con su voz cálida, solemne y su deje catalán casi imperceptible. Después de un merecido descanso en su Cataluña natal, se sintió dispuesta a asumir nuevos retos: acabó aceptando un contrato con Cuatro Televisión para ser colaboradora en la retransmisión del mundial de fútbol de Alemania.

viernes, junio 02, 2006

 

LA NATIONAL

Por Carlos Cubero


A mi me apasionan los secadores, y no porque sea un peluquero frustrado o me encante atusarme el pelo, es por ese zumbido prolongado y ese airecito caliente en la cara. Me relaja como nada en este mundo. Sin duda, la asociación de estímulos tiene mucho que ver con este gusto extravagante, y es que en mi casa sólo hay una mujer: mi madre. Cuidado, protección, ternura y feminidad: durante años el secador quedó impregnado de dulces connotaciones y dejó ser, para siempre, un simple molinillo con una resistencia.

A María, en cambio, le apasionaban las cajas registradoras. Ella ignoraba otros juguetes más convencionales: bolsitos; la fantasy girl; el monito Mentecato... Ella tenía delirio por las cosas en miniatura y, sobre todo, por las cajas registradoras. Yo, si hubiera sido niña, habría metido las cosas de miniatura en un bolsito rosa, pero ella no: ella quería una caja registradora.

Desconozco los motivos exactos pero, quizás, desde los ojos de de un niño, una caja registradora sea una maquina de hacer magia: complejos engranajes capaces de sumar, restar, multiplicar; ¡Capaces de ofrecer un servicio! Y adentrarte en el mundo de los adultos donde las cosas ya no son de mentira.

El pasado Sábado fui al Mercat de Sant Antoni y pude comprar la excelente (por pésima) obra “El Misterio Filadelfia: Proyecto invisibilidad” de William Moore, una obra pseudo científica que colma mis sentidos. Justo después, en una de las paradas contiguas, pude ver un objeto reluciente, dorado, de latón embellecido: una National.
El hombre, avispado anciano vendedor, veía el interés con sólo mirarte un segundo:

- 3000 euros es lo que vale - Me dijo sonriendo.
- ¿3000? Lo lamento. Se sale de mi presupuesto, pero gracias – Dije mientras me alejaba sin perder de vista disimuladamente la cara del anciano. Me alejaba de la parada agudizando mi oído y justo cuando iba a girar la esquina…
- ¡Espere, caballero! Vuelva! – Me giré haciéndome el contrariado. Al aproximarme a la parada no dije nada.
- Cuánto está dispuesto a pagar.
- Pensaba más en algo como… 800 Euros.
- ¿800 Euros? ¡Imposible! Está usted delante de una autentica joya: una caja registradora marca National. Es una pieza de coleccionista! ¡Un joya del siglo XVIII!
- XIX. Es del siglo XIX, de 1847, para ser exactos.
- Ah! Usted es coleccionista!
- Un poco cumpulsivo sí, pero no me dio por apilar cosas.
- Si no es coleccionista ¿Cómo puede saberlo? – Dijo contrariado.
- ¿Conoce usted la teoría de la transmigración de las almas?
- No sé a que se refiere…
- Da igual…Le ofrezco 1000 euros. Es mi última oferta.

El anciano se quedo pensativo, pero supe que había concluido vendérmela. Los vendedores también tienen conciencia y ese era el pago justo de la máquina, si le restas 200 euros por haber querido engañar al cliente y éste te ha pillado.

- De acuerdo. Toda suya.
- De Acuerdo pues.


Pudo pertenecer a unos ultramarinos, a un colmado o a una tienda de confección, pero lo cierto es que aquella máquina rezumaba historia y eso se notaba sólo con verla. Aquella maquina había visto muchas caras, muchas manos y guardaba en secreto el legado de millones de huellas digitales.

Vaya - me dije - Si a mi me apasionaran las cajas registradoras, me encantaría tener una como esta.


Al llegar a casa, se la dejé en su despacho y dos minutos más tarde vino y vió lo que había encima de la mesa. Su reacción podría definirse como entre la estupefacción de encontrarse con su infancia y la racionalidad del que ve un objeto inútil y disfuncional…

- ¿Y qué voy a hacer yo con…? – Calló para seguir mirándola. Luego tocó la superficie rugosa de latón labrado. Sus elegantes dedos acariciaron las teclas, y se vieron tentados a presionar - sí quiera una vez – alguno de los botones.

23 + 30 + 56 Kring Kring! = 109.

- Un bonito número – Dijo con una sonrisa disimulada.
- Sin duda.
- Suena como el primer día.
- Eso parece.

23 + 45 + 34,34 + 59 Kring Kring! = 161,34

-Este número es sin duda mucho más alto que el anterior - Dije.
- Sin duda…Nos estamos superando.
- Si. Prosigamos…

23 + 3 + 4 + 5. Kring Kring! = 36

- ¡Vaya! Ahí te has moderado…
- Sí…Podría ser una compra rápida en un Súper -Dijo sonriente.
- Sin duda.

3 + 7 + 13 + 19 ¡Kring Kring! = 42

- Esos son números primos.
- Sí. ¿Te gustan?
- Me causan desazón - Dije torciendo el gesto.
- NO se hable más.

4 + 23 x 2 + 6 ¡Kring Kring! = 56.

- ¡Vaya! una variante – Exclamé.
- Sí. Si hay dos productos iguales, ¿Para qué marcarlo dos veces?
- Cierto.

(23 + 33 + 4 + 10)\ 2 ¡Kring Kring! = 35.

- Esto por si hay liquidación: un 50 % .
- ¡Ah! Pero las liquidaciones son sólo una vez al año…
- Cierto aunque no siempre – Replicó.

45 – (45 x 10/100) ¡Kring Kring! = 40,50.

- ¡Un 10% de descuento! – Dije extasiado.
- ¡En efecto!

36 - 28 ¡Kring Kring! = 8

- ¿Una resta?
- Sí. Acabas de devolverme unos pantalones y te has llevado otros. Te cobro la diferencia.
- Perfecto.

Retiró sus manos de la máquina y se quedó pensativa.

- No tengo ni idea donde voy a poner semejante trasto – Dijo sonriendo y con cariño - pero ha sido uno de los regalo más dulces que jamás he recibido.

Luego susurró algo que no llegue a entender.

- ¿Dime? No te he entendido…
- Nada – Sonrió de nuevo - …Que muchas gracias.

Fue sin duda un regalo extremo; de aquellos regalos tan especiales que rozan lo absurdo. Pero aquel día tuve suerte y acabamos la jornada abrazados en el sofá, riendo, bebiendo vino y viendo una película... De la que, por cierto, no recordamos ni un fotograma.

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