sábado, septiembre 26, 2009

 

ABSCESO

Por Carlos Cubero



Cuando te tocan los nervios faciales todo cobra una dimensión bíblica. Una de las noches de dolor inmenso, el que te obliga a saltar de isleta en isleta, aferrándote a las intermitencias del dolor, coqueteé con la idea de que Dios me había castigado. Las causas de una infección bucal son puramente fisiológicas, pero eso no implica que en su origen primigenio no este el Hacedor impartiendo justicia. Pero no me santigüé.

El arquero de Amesbury también sufrió un absceso dental grave. Lo que sólo fue una caries acabó siendo un martirio y un peligro real para su vida. Cojo y con la mejilla palpitando, recorrió mil kilómetros desde los Alpes para buscar consuelo en aquella magnifica construcción megalítica, inmensa en la Europa neolítica de hace 4.500 años. Faltaban años para la milagrosa aparición de los antibióticos y cuando la boca rabia uno no puede esperar cuatro milenios. Ni cinco minutos. Estaba en el sitio adecuado, Gran Bretaña, pero quedaban una inmensidad de generaciones hasta que Fleming en 1928 se topara con aquel moho furtivo que había devorado todos los gérmenes colindantes del cultivo.

Su resistencia al dolor era muy superior a la mía. No creo que fuera por su capacidad para segregar endorfinas sino por su absoluto compromiso a la hora de negociar con el componente subjetivo del dolor ¿Qué remedio le queda a uno cuando no puede beneficiarse de la dormidera ni del aceite de clavo?

Su inhumación fue encontrada a tres millas de StoneHenge y era el de esa clase personas que exportan conocimientos valiosos y acaban haciendo fortuna: joyas de oro para el cabello, cuchillos de cobre, un arsenal de puntas de sílex, dos muñequeras de arquero en roca pulida, una “piedra yunque” para labrar metales y piezas de cerámica del estilo “vaso campaniforme". No obstante, no se encontraron indicios de pecado porque los pecados no solidifican; no es como la madera que tiñe la tierra de negro carbón, ni como el hierro, rojizo por el óxido del paso del tiempo, ni el verde del bronce, ni el violeta del vino de las ánforas romanas. Su ajuar funerario hablaba del respeto de sus coetáneos y de su alta capacidad adquisitiva.

Pero entre sus enseres, ningún pecado.



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