jueves, septiembre 07, 2006

 

W.J. Maxwell (I y II)

Por Carlos Cubero

I

Después de la muerte de su querida esposa, W.J. Maxwell, reputado escritor británico, cayó en lo que catalogaron como una “profunda depresión”. Maxwell es conocido por obras como "La cabra quiere morir" o "Un chalet con piscina en Marte", está última todo un referente en la novela de ciencia ficción que ha servido de inspiración para obras tan conocidas como “Un mundo feliz”, “1984”, “Farenheit 451” y “El cerdito Raviolly: misión estelar”.

Maxwell pasó sus últimos años de vida en su Whitstable natal, localidad en la costa sureste de Inglaterra, y sólo aceptaba alguna entrevista muy de vez en cuando. Los periodistas le preguntaban sobre su repentina sequía creativa y como le había afectado la pérdida de su mujer. Sobre lo segundo nunca soltó palabra, pero siempre negaba sentirse deprimido. Afirmaba sentirse bien y, de hecho, no había perdido peso, tenía buena cara y sonreía con frecuencia.

A la primera pregunta siempre respondía lo mismo:

A mi me ha sucedido como a los accidentados que pierden capacidades específicas. Los alexitímicos no pueden reconocer las emociones propias y, por consiguiente, no pueden expresarlas. Los afásicos de Brocca no pueden articular ni expresarse con fluidez pero si en cambio comprender el habla del interlocutor.

Lo mío es también específico, pero no tiene nombre, no hay una lesión neuronal localizable, y por eso no deben escandalizarse. Yo estoy bien, mi ánimo es adecuado y no tengo ideación suicida ni nada que se le parezca. Mis capacidades mentales están intactas (…) las palabras que escogí; las párrafos que escribí (...) fueron fruto de una capacidad que sigue aun vigente.

Yo, simplemente, ya no quiero escribir; ya no encuentro motivación alguna para hacerlo. No siento perder nada, ni siento la presura del que quiere escribir y no puede. Es tan sencillo como que ya no me gusta este juguete que es la escritura.


Los periodistas, desde luego, querían indagar sobre los motivos reales de tan radical decisión, pero nunca recibieron una respuesta diferente. Hubo, sin embargo, un consenso mayoritario en la sociedad británica de la época, y fue que W.J. Maxwell no quería escribir porque los oídos de la que debía ser la única receptora habían pasado a mejor vida.

W.J. Maxwell murió en 1967 a los 82 años de edad. Para sorpresa de los que acudieron al entierro, en la lápida podía leerse en grandes letras góticas : “ W.J. Maxwell “…” ”.

Pero más sorprendente que su inagotable mutismo sucedió siete días más tarde: apareció, como por arte de magia, una nueva inscripción en la lápida:

“Cuentos y rimas desde el Eliseo: cartas a mi amada”, W.J. Maxwell.

Quizás fuera obra de un desaprensivo o de un fanático nostálgico de su obra, pero desde que apareció el epitafio en 1967, ha habido más de 12 suicidios colectivos relacionados (según las autoridades locales) a diferentes sectas que esperan, en el más allá, poder leer la primera edición de lo que será su productiva obra póstuma.


II


Entre los miles de seguidores sin tendencias suicidas estaba Sir Arthur Lower.

Sir Arthur era una persona acomodada, dispersa, amante de lo desconocido y de habla extravagante. Fue el principal heredero de una familia británica que amaso fortunas vendiendo obras de arte antiguo (las cogieron prestadas de Oriente Próximo). Se rumoreaba que su familia era poseedora de una de las ya desaparecidas siete maravillas del mundo: los jardines de Babilonia. Puede parecer una locura o, mejor dicho, una leyenda urbana, pero si en el British Museum de Londres han podido trasladar el palacio Asirio de Assurbanipal piedra a piedra; si Abu Simbel pudo ser remontado de su emplazamiento original a 300 Km. de Asúan como un gigantesco puzzle ¿Quién dice que algo así no pueda ser posible? Sir Arthur, sin embargo, lo desmentía con firmeza, pero nunca - nunca - dejó que nadie entrará en su jardín en su mansión a las afueras de Windsor; y nunca – nunca- pudo justificar sus astronómicas facturas bimensuales de agua.

Pero Sir Arthur Lower fue más conocido por querer (osar) sumarse a la estela literaria de Maxwell con una secuela de la ya citada obra “Un chalet con piscina en Marte”. En 1969, tuvo la desgracia de publicar “Un chalet con piscina en Marte II: De Fobos a Deimos y tiro porque me toca”.

Esta obra fue considerada un “auténtico y bochornosos despropósito (…) sólo digno de un personaje acaudalado que encuentra en la escritura una forma de vencer el aburrimiento (…) el dinero no da derecho a todo (Daily Telegraph, 12/X/1969, pp. 10) “Hay artistas que pasan desapercibidos por pertenecer a un orden social que aun está por venir: Van gogh sólo vendió un cuadro antes de morir; los grabados y poesía de William Blake pasaron casi desapercibidos durante su vida (…) Este no es - ni será - el caso de Sir Arthur Lower (…) En una visión transtemporal del arte, Sir Arthur Lower no recibiría ni la aprobación de los Celtas de StoneHenge (Daily Mirror, 12/X/1969, pp. 33-35)

The London Magazine (12/X/1969, pp. 3-30) la describió como “literatura infantil, volátil, errante y pestilente”, añadiendo que Lower hacía “un ejercicio de irrespetuosidad hacia la magnánima figura de J.W. Maxwell (…) lamentando que la reina tuviera tan buen pulso con la espada el día que fue nombrado Sir”.

The Sunday Magazine, con su estilo más desenfadado, tildó la novela de “mierda pinchada en un palo (...) indispensable para equilibrar la pata de una mesa inclinada”; y a Sir Arthur de “cerebro de mosquito, débil mental y ñoño homosexual”.

No sólo la prensa arremetió contra Sir Arthur: ciudadanos libres de toda Inglaterra reunieron cuantos ejemplares pudieron en distintas plazas de pueblos y aldeas para hacer una quema pública de su obra. Incluso se rumorea que muchas de las páginas de este libro podían encontrarse en los oscuros y pestilentes urinarios públicos de Londres.

La obra fue declarada blasfema por los seguidores de W.J. Maxwell y Sir Arthur recibió múltiples amenazas y más de dos mil misivas que le invitaban a quitarse la vida.


******

Rico, soñador y denostado socialmente, Sir Arthur Lower fue víctima de la inercia de una opinión pública enfurecida.

En su amplio salón de muebles victorianos, vivía oprimido, atemorizado y condenado a una vida de recelos y paisajes ovalados por la mirilla de una puerta. Postrado en su cómoda butaca, se retorcía el bigote de forma compulsiva con la mirada perdida en una ventana de cortinas echadas.

Recluido en su mansión, lamentó el día en que quiso honorar la figura de Maxwell con su pluma.

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